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Rachel cruzó el pueblo en su automóvil, y tuvo que obligarse a recordar el límite de velocidad. La cena había sido interminable. Se preguntó qué habría pensado Rose del silencio de Quinn y ella. Estuvieron en silencio, sí, pero sin poder dejar de mirarse la una a la otra. Echó un vistazo por el retrovisor y vio que Quinn la seguía muy de cerca. Apenas podía esperar a estar a solas con ella.

Quinn sujetaba con fuerza el volante, con la vista fija en el vehículo que iba delante de ella. Se preguntó si conseguirían siquiera hablar. Las miradas que se habían cruzado en la cena sugerían que no. Los ojos de Rachel ardían, provocadores, y lo único que Quinn podía hacer era intentar mantener la respiración regular. De hecho, apenas podía quedarse quieta en su asiento. ¡Los ojos de Rachel prometían... tantas cosas...! Habían hecho el amor la noche anterior, sí, pero había sido de un modo indeciso, titubeante al principio. Era algo nuevo para ambas, pues cada una hubo de aprender lo que le gustaba a la otra. En cambio esa noche, ¡oh, esa noche!, esa noche ya no habría titubeos. Pudo notarlo en cada una de las miradas que Rachel le dedicaba. La vista se le nubló al imaginarse a Rachel recorriendo su cuerpo, aquella ardiente boca localizando todos sus lugares ocultos, moviéndose entre sus muslos hasta hacerla llegar al orgasmo.

—¡Jesús, María y José! —musitó.

Para cuando llegó a la entrada de la casa de Rachel, estaba casi temblando de nerviosismo y expectación. Respiró hondo el aire nocturno, que la lluvia caída poco antes había refrescado.

Cerró los ojos e intentó recuperar algo de control sobre su cuerpo. Sin embargo, cuando volvió a abrirlos Rachel estaba allí, esperando.

—Ven adentro, Quinn.

Aquellas palabras, pronunciadas en voz tan baja, prometían un mundo. Asintió y siguió a Rachel, cruzando el garaje y entrando en la cocina. Rachel no se molestó en encender las luces: aferró la mano de Quinn y atravesó con ella la casa. Quinn no protestó, pero cuando entraron en el dormitorio de Rachel apenas podía respirar. El corazón le latía con tal fuerza en el pecho que era ya casi doloroso.

Sin embargo no tuvo tiempo para pensar. Rachel se volvió hasta colocarse frente a ella y sus manos ascendieron por los brazos de Quinn mientras daba el único paso necesario para que sus cuerpos se tocasen. Quinn gimió al tiempo que la atraía hacia sí, y sus labios buscaron afanosamente hasta encontrar la boca de Rachel, una boca tan hambrienta como la suya. Quinn sintió que le flaqueaban las piernas cuando unas cálidas manos se colaron bajo su camisa.

Rachel se apartó apenas un instante para mirar fijamente a Quinn.

—Quiero hacer el amor contigo hasta que me supliques que lo deje ya —musitó.

Sus manos ascendieron hasta cubrir los senos de Quinn. Sabía ya que no habría sujetador alguno que se lo impidiese.

—Rachel...

—Y voy a hacerte el amor tal y como tú me lo hiciste anoche —añadió, gimiendo al notar que los pezones de Quinn se endurecían todavía más—. Voy a... —Cerró los ojos mientras una de sus manos cruzaba el cuerpo de Quinn hasta colarse descaradamente entre sus muslos. Quinn se apretó contra aquella mano, y Rachel pudo casi sentir la humedad a través de la tela vaquera. —Quiero besarte ahí abajo, Quinn.

Quinn dejó escapar un gemido y empujó la mano de Rachel más fuerte contra su palpitante clítoris. Las rodillas se le quedaron literalmente sin fuerzas, pero Rachel estaba allí para sostenerla. Volvió a encontrarse con su boca, pero fue la lengua de Rachel la que salió a presentar batalla, dejando pocas dudas acerca de quién controlaba la situación.

Rachel ya la había desnudado antes de que pudiese siquiera pensarlo. A continuación,

Quinn se quedó mirando cómo Rachel se desprendía de las últimas prendas de ropa que le quedaban. El lecho se hundió suavemente bajo su peso, y se relamió, expectante, contemplando cómo Rachel venía hacia ella.

—Esta noche eres mía —murmuró Rachel, al tiempo que sus labios se cerraban sobre un desesperado pezón.

—Siempre he sido tuya —musitó Quinn.

Cerró los ojos, abandonándose a Rachel mientras la húmeda boca de ésta iba trazando un camino de descenso por su cuerpo. Unas expertas manos le separaron los muslos, y

Quinn se estremeció al notar que aquella boca le cubría el sexo.

En ese instante supo que nunca volvería a ser la misma.

                               ♤♤♤

El frío del amanecer la despertó. Tendió la mano, intentando encontrar el tibio cuerpo de Quinn, pero la cama estaba vacía. Rachel se incorporó sobre el lecho, escuchando el silencio. Cerró los ojos.

«¡Que siga aquí, por favor!»

Recorrió descalza la casa vacía. Su mano tembló al girar el pomo de la puerta del dormitorio de Quinn.

—¡No, no, no! —murmuró.

Corrió hacia la cocina, apartando de un manotazo las cortinas de la ventana.

«¡Oh, Quinn!»

El Lexus negro no estaba. Rachel dejó caer las cortinas mientras ella misma se derrumbaba sobre el suelo, sin intentar siquiera poner freno a las lágrimas que le corrían por las mejillas.

Quinn se había ido.

Shadows of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora