Quinn se acurrucó bajo las mantas en la habitación de invitados de Rachel, todavía completamente despierta. Su mente bullía con tantas cosas que parecía totalmente incapaz de relajarse. ¡Su padre le había dejado el maldito aserradero! ¡Y el banco! Apenas podía creerlo.
Giró la cabeza y echó un vistazo al sobre blanco que había puesto en la mesilla, apoyado contra el despertador. Tenía la intención de leer la carta, pero había cambiado de opinión.
Para ser sincera, lo que tenía era miedo de leerla. ¿Y si era una disculpa, la espontánea confesión de cuáles eran sus verdaderos sentimientos hacia ella? ¿Qué haría entonces? Ya se sentía tremendamente culpable por no haber intentado reconciliarse con él. Al mismo tiempo razonaba que era obvio que él sabía dónde vivía ella. Podría haberse puesto en contacto con ella si así lo quería. Claro que no tendría ni la menor idea de cómo reaccionaría su hija. Era algo que ni siquiera ella misma sabía. Desde el momento en que ella alcanzó el éxito, sus padres a la fuerza debían haberse enterado de dónde estaba y de lo que hacía. No era que fuese una celebridad, ni mucho menos, pero alguien que escribe un libro sobre un pueblecito de Ohio y consigue que ese libro sea llevado al cine tenía que haber causado cierta conmoción en Lima, Ohio. Seguro que sí.
Respiró hondo y cerró los ojos, deseando que llegase el sueño. Se relajó, y su mente dejó de ocuparse de su padre para pensar en Rachel. Dios, después de tanto tiempo creía que ya todo se había acabado, pero la simple cercanía de Rachel había conjurado todas aquellas antiguas sensaciones de su adolescencia. De pronto se dio cuenta de que nunca había sentido aquello por nadie más. Las mujeres que habían desfilado por su lecho no eran más que meras sustitutas. Había estado buscando a alguien que le hiciera sentir lo mismo que Rachel, pero ninguna lo había conseguido.
Y ahora, ¿qué? Allí estaba ella, de nuevo en Lima, junto a la única mujer que la había hecho sentir viva, que le había hecho sentir algo especial. Ahora, ¿qué?
—Déjalo estar —susurró.
Dejarlo estar. No había ninguna necesidad de que Rachel se enterase. Bastaba con volver a avivar lo que quedaba de su amistad. No tenía por qué decirle a Rachel que seguía sintiendo un infantil enamoramiento por ella. Muy pronto regresaría a California para continuar con su vida, y Rachel seguiría en Lima. Al menos habían recuperado su amistad. Ahora podrían seguir en contacto, hablar. Tal vez sería suficiente.
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Rachel apartó las mantas de un golpe, harta de luchar contra el intranquilo sueño que por fin había conseguido echarla de la cama. Todavía era muy temprano, pero recordaba que en los viejos tiempos Quinn era más bien madrugadora. Prepararía el café y después se daría una ducha. Se puso una bata por encima del informal camisón y fue descalza hasta la sala, sin molestarse siquiera en encender las luces. De pronto se abrió la puerta del cuarto de baño de invitados y apareció Quinn, desnuda de la cabeza a los pies, con las sinuosas líneas de su cuerpo destacadas por la brillante luz del lavabo.
Rachel se quedó clavada en el sitio por la sorpresa, mientras sus ojos recorrían el cuerpo de Quinn, que se disponía a girar hacia el pasillo. Los pechos seguían siendo menudos, y su cuerpo tan esbelto como siempre. Rachel tragó saliva y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. En ese momento, Quinn alzó la vista y se la encontró allí, mirándola.
—¡Dios! Lo siento, creí que seguías dormida —dijo, al tiempo que entraba a toda prisa en el baño y cogía la toalla para cubrirse.
Rachel sonrió. Quinn siempre había sido muy pudorosa. En eso no había cambiado, al parecer.
—No pasa nada. Iba a preparar la cafetera.
—Sí, bueno, pero... lo siento.
Rachel se echó a reír. —Siempre te escondías de mí en el instituto, también. Relájate, ¿bueno? Ya te he visto otras veces, Quinn.
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Shadows of the past
RomanceUna romántica historia llena de sensualidad en la que Quinn se encuentra ante un dilema: volver a entrar de nuevo en el armario o recuperar la libertad que le ofrecía su vida en Los Ángeles.