56. Lo abandoné

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Andrea: si claro, cariño-se levantó de su silla-podemos ir, pero un ratito ¿Vale? Me imagino que tendrás deberes

Esperanza: si-apuntó contenta-solo un ratito mamá-Andrea se levantó, cogió sus cosas y las dos salieron del dispensario.

El padre Cristóbal entraba a la iglesia después de un día ajetreado, observó con una sonrisa a las personas que se encontraban en ella, la misa ya había terminado hace más de dos horas, solo unas cuantas personas que rezaban seguían dentro del recinto, los sollozos capturaron toda su atención, la observó sentada en la primera banca sus brazos sobre sus piernas y sus manos cubriendo su rostro, le generó tanta ternura verla así, desde que Catalina había llegado al lugar se había mantenido muy hermética, no salía por el pueblo sólo se dedicaba a trabajar, era algo raro, pero sus razones debía de tener, el prometió darle tiempo, por eso no había indagado más, pero ahora era el momento de hacerlo, se sentó junto a ella, la mujer de cabellos rizos estaba tan metida en su dolor que no se dio cuenta.

Padre Cristóbal: estoy contigo hija-colocó su mano en el hombro de Catalina, la mujer alzó su rostro y lo observó, sus ojos estaban tristes, sus rizos tapaban su rostro, con ternura el padre la jaló hacía él para que la mujer lo abrazará-puedes confiar en mí, sabes que lo que me digas quedará entre nosotros, la mujer solo asintió el llanto no la dejaba hablar.

Poco a poco las personas fueron abandonando el lugar, el padre con paciencia se quedó al lado de Catalina había algo que a esa mujer le atormentaba y él podía ayudarla, esa era su misión en esta vida ayudar al prójimo.

Padre Cristóbal: no me gustaría que sintieras que te estoy presionando

Catalina: no lo hace padre-le tomó la mano-es solo que lo que me atormenta es...–guardo silencio.

Padre Cristóbal: nunca te voy a juzgar hija, no importa lo grave que sea, o lo que hayas hecho, puedes confiar en mí.

Catalina: fui una cobarde-su mirada estaba puesta en el piso, no podía verlo a los ojos-yo dejé a mi bebé...-de nuevo sus ojos se llenaron de lágrimas-tuve miedo, pánico de que le hicieran daño, y lo abandoné-no pudo contener más el llanto-fui una muy mala madre...

Padre Cristóbal: por dios hija debes tranquilizarte, los motivos debieron ser muy fuertes-ella asintió-¿Por eso has venido? ¿A recuperar a tú hijo?

Catalina: o hija padre, no supe si fue niña o niño no lo pude ni ver...-llevó sus manos al rostro con dolor, el no saber dónde estaba su hijo la estaba matando, ¿Qué era de ese bebé? ¿Quién podría tener a su hijo?

Soledad: ¡niña!-apuntó groseramente-¿Qué haces ahí mirando? ¿No tienes nada que hacer?

Patricia: pues no... ya hice las camas.

Soledad: ¡aquí siempre hay que hacer!-Patricia levantó una ceja-ve arriba al cuarto del planchado y doblas ¡TODAS! Las sabanas que hay allí.

Patricia: si señora, como mande-volteó los ojos saliendo de la cocina.

¿Qué se creía esa tipa? Si nada más era una sirvienta igual que ella, resopló resignada presintiendo que se había ido de Guatemala a Guatepeor... odiaba esa vida de servidumbre y allí la estaban haciendo trabajar más que en el rancho de Samuel, necesitaba salir de ella cuanto antes... pasó por el pasillo, rumbo al cuarto del planchado y entonces... vio la puerta del cuarto de los señores entreabierto, ella sonrió viendo la ropa de José Antonio tirada en el suelo y vio su pase a la riqueza frente a sus ojos...

Andrea condujo hasta el rancho de Samuel, mientras que la niña se bajó corriendo hacia la puerta, ella, se tomó unos minutos para observar lo que un día fue su hogar, tragó saliva y se bajó lentamente del coche, una angustia creció en su pecho ante el temor de cruzar alguna palabra con él, tenía miedo de flaquear, pero debía mantenerse firme, ella estaba convencida de que quería divorciarse.

HEREDEROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora