Salí de la última clase de la universidad. Odiaba los días en los que acababa a las nueve de la noche. Me habría ido antes de no ser por la importancia de la materia que estábamos dando, además las llaves del coche no las tenía yo por lo que igualmente tendría haber esperado o coger el autobús, cosa que no iba a hacer ya que tardaba casi una hora en llegar a mi parada mientras que en coche el trayecto se acortaba a veinte minutos. Mi hermano, que era quien tenía las llaves, acababa una hora antes que yo, pero solía esperarme para irnos juntos. Normalmente solo llevábamos un coche a la universidad, por lo que días como ese en él que él acabada antes le tocaba esperarme en la fuente que estaba en la entrada de la universidad, ese era nuestro lugar de encuentro.
Sin embargo, cuando llegué no estaba allí. Lo llamé por teléfono un par de veces, pero no respondía, supuse que estaría en la biblioteca sacando algunos libros, fui paciente y me senté a esperar.
Aquello era muy extraño, llevaba allí plantada más de veinte minutos y no aparecía, mis sospechas de que se había marchado sin mí cada vez eran mayores. Me adentré en los aparcamientos del norte donde habíamos aparcado, quizás estuviera allí esperando y no me había avisado, era típico en él no avisar. No encontraba el coche por ningún lado. Recordaba perfectamente la fila y la letra donde lo habíamos dejado. En lugar del coche de mi hermano había un Citroën. ¡Se había largado! Maldiciendo volví a la parada del autobús. Por suerte llevaba suficiente dinero encima para pagar el viaje. Odiaba ir en autobús, demasiada gente empujando, demasiadas paradas, gente extraña hablando de cosas extrañas. Después de varios empujones y casi una hora de trayecto llegué a mi casa. Estaba realmente cansada, eran casi las once de la noche. Lo único que quería era comer algo rápido y subir a mi cuarto para dormir hasta el día siguiente. No tenía siquiera fuerzas para reclamarle a mi hermano por haberse ido, ya discutiría con él a la mañana siguiente.
No me percaté hasta que llegué a la cocina del sepulcral silencio que inundaba la casa. No había cena preparada, ni platos que me indicaran que ya habían comido. Busqué a mi padre en su despacho, pero no estaba, miré en el estudio de arte de mi madre y tampoco estaba. Se había dejado un cuadro de mi hermano, ella y yo a medias y tenía algunas pinturas por medio, cosa rara en ella, era muy ordenada y cuidadosa con sus cosas y normalmente cuando dejaba un cuadro a medias lo tapaba con una sábana blanca para que no se estropeara. Bajé las escaleras, cogí la sabana y lo tapé con cuidado.
Fui al garaje y confirmé mis sospechas, el coche de mis padres no estaba, tampoco el de mi hermano, el único que había era el mío.
Mientras volvía a mi casa. Mi móvil comenzó a sonar, era mi padre, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Ya me había puesto muy nerviosa aquella situación.
–Papá ¿Dónde estáis?
–Estamos a las afueras, al lado del hostal Continental. Tu hermano ha tenido un accidente–la voz de mi padre estaba totalmente quebrada, notaba como aguantaba las ganas de llorar y... yo me quedé en shock. Escuchaba como me llamaba a través del teléfono, pero no era capaz de responderle.
Volví corriendo hacía el garaje, arranqué el coche y salí disparada hacía el lugar.
Tenía el corazón encogido, las ganas de llorar me inundaban, solo podía pensar en lo peor. No podía perder a mi hermano, a él no.
Cuando llegué había un despliegue policial impresionante que me preocupó más. Dentro de la zona acordonada había un par de ambulancias y personas moviéndose de un lado para otro.
Dejé el coche y corrí hacía allí, pero un policía que se encargaba de mantener a los curiosos a raya no me dejaba pasar.
–Señorita no puede pasar.
– ¡Déjeme, es mi hermano! –dije desesperada. Tras esas palabras, el policía subió el cordón y me ayudó a pasar.
Estaba perdida, no sabía dónde ir, que hacer. Vi a mi padre a lo lejos con los ojos rojos y lágrimas recorriendo sus mejillas. Lo llamé y llamé, pero miraba fijamente hacía un lado. Seguí su mirada y vi a mi hermano. Un paramédico le cerró los ojos y lo cubrió con una sábana.
Pude escuchar como mi corazón se rompió en mil pedazos. Corrí hacía él, le destapé y lo abracé a la vez que lo llamaba desesperadamente.
– ¡Raúl!, por favor, ¡despierta! Por favor, ¡no me hagas esto! –grité. Uno de los médicos tiraba de mí, pero yo no soltaba el cuerpo sin vida de mi hermano. Quería que abriera los ojos, que me mirara y me dijera que estaría bien, pero no se movía.
Con ayuda consiguieron separarme de él, lo volvieron a tapar y lo subieron a la ambulancia donde se lo llevaron. Caí de rodillas al suelo sin saber qué hacer con aquello que me oprimía el corazón de tal forma que apenas me permitía respirar. Sentí unos brazos agarrándome por los hombros, con la vista borrosa pude distinguir un traje de policía. Me dejé arrastrar hacía donde fuera que me llevaba ese hombre.
–Lo siento mucho–dijo abrazándome. Lo rodeé con fuerza y rompí a llorar como nunca lo había hecho.
Nunca supe quien fue esa persona, ni siquiera tuve la oportunidad de agradecerle que me sostuviera aquella fatídica noche.
Estuve en el velatorio, pero no soporté verlo metido en una caja con los ojos cerrados y las manos sobre su pecho. Parecía que dormía plácidamente y en cualquier momento despertaría, pero no lo hizo.
Mi madre continuaba llorando sin consuelo y mi padre parecía totalmente ido, como si se fuera a ir en cualquier momento detrás de Raúl.
No paraba de llegar gente para darnos el pésame, como si de verdad alguien se pudiera imaginar lo que estaba sintiendo en ese momento.
Mi teléfono sonaba cada cinco minutos, eran amigos que probablemente querrían decirme cuanto lo sentían, pero nada de eso me interesaba, por lo que a la tercera llamada dejé de contestar.
Me fui a mi casa y subí a la habitación de mi hermano. Teníamos una vida por delante ¿A quién le pediría ayuda? ¿En qué hombro lloraría cuando necesitara desahogarme?
Lo enterramos junto a mis abuelos. Solo cuando vi como el enterrador y su ayudante metían su ataúd dentro de uno de los nichos, comprendí que nunca más le volvería a ver.
Alguien intentó abrazarme, pero me retiré, ¿acaso no comprendían que su pena no me reconfortaba?
Alcé la mirada y me di cuenta de que acababa de rechazar el abrazo de mi madre. Quise pedirle perdón, pero antes de que pudiera comenzar a hablar se marchó de mi lado. No me podía llegar a imaginar que estaría sintiendo. Los padres no deberían enterrar a sus hijos. Mi padre se acercó a ella y la abrazó.
Miré por última vez la tumba de Raúl. Aquel sería para siempre su nuevo hogar.
–Adiós–susurré.
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Jugando con la ley
RomanceMi hermano murió. Desde ese día me dediqué a sobrevivir a una vida teñida de gris. Uno de esos fríos días, a altas horas de la madrugada, fui detenida por un policía y gracias a ello, por unos instantes recordé lo que era el orgullo. Como si la vida...