Capítulo 9: Una risita y una noche divertida.

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Me dejó caer sobre la cama sin suavidad, parecía más desatado que la primera vez. Se desabrochó la camisa y antes de quitársela por completo, a petición mía, la dejó unos segundos bien abierta para que observara ese fuerte pecho que me moría por acariciar.

Dejó caer la camisa al suelo y se posicionó sobre mí, haciéndome sentir cada parte de su cuerpo sobre mí piel. Gemí ante el contacto y mis manos cobraron vida propia. Llegué al cierre de sus pantalones, pero no pude desabrochárselo porque nos hizo rodar posicionándome encima de él. Me quitó la camiseta y se levantó para lamerme alrededor del ombligo. Lo aferré por su pelo incitándolo a que continuara. Me sentía tan llena de vida sintiendo sus labios sobre mi cuerpo, sobre todo me hacía sentir deseada como ningún hombre jamás lo había hecho.

Se paró en mi sujetador y alzó la mirada para penetrarme con ella.

–Quítatelo tú–ordenó con esa voz ronca que me ponía a mil por hora. Era un hombre demasiado erótico para la salud mental de cualquiera.

Busqué el cierre de mi sujetador en mi espalda, fui desabrochándolo poco a poco, quería hacerle sufrir, ponerlo ansioso. Deslicé las tirantas por mis hombros, primero una y después la otra hasta que finalmente mi sujetador cayó entre nosotros. Me miraba tan fijamente que por unos instantes me sentí un poco cohibida.

En un arrebato me lancé a sus labios, haciéndolo caer de espaldas a la cama. Ambos soltamos unos gemidos que fueron ahogados en la urgencia de nuestro beso.

De mis labios bajó hacía mi cuello, me mordió con fuerza y yo me quejé, sabía que a la mañana siguiente tendría una marca en ese lugar, pero me daba igual, solo me importaba sentir su cuerpo unido al mío.

Volvió a rodar nuestros cuerpos para dejarme debajo de él, se incorporó un poco para tener el espacio suficiente para quitarme los pantalones cortos de un rápido tirón. Sonrió ampliamente.

Mordió mi monte de Venus. Me quedé sin aire por unos segundos.

–Lo siento, pero esta noche no me siento capacitado para esperar más–comenzó a desabrocharse la cremallera de los vaqueros, pero lo frené, yo también quería darme el gusto de desnudarlo.

–Yo lo haré–ordené empujándolo para que se tumbara. Me obedeció con una media sonrisa en los labios. Terminé de desabrocharle la cremallera, las manos me temblaban, lo tenía totalmente desnudo ante mí, a mi alcance para hacer lo que quisiera. Me acerqué despacio y le di un pequeño beso a su masculinidad. Gimió desesperado. Me monté encima de él y nos transporté al paraíso. Esa noche quería dominarle.

Volvió a gruñir con fuerza. Me cogió por las caderas haciéndome subir y bajar con rapidez por su miembro. Coloqué las manos sobre su pecho para poder apoyarme mejor y hacer las cabalgadas más rápidas y placenteras.

–Te deseo–abrí los ojos como platos, no pude evitar que esas palabras escaparan de mis labios. Me puse nerviosa pero las embestidas eran tan rudas y deliciosas que no me dejaron pensar en lo que había dicho.

Me agarró por los hombros obligándome a bajar a su altura, me abrazó acariciando mi espalda con sus fuertes dedos. Las corrientes eléctricas eran cada vez mayores y más fuertes.

–Desearte es poco para mí. Te deseo tanto que me duele–sus palabras me hicieron sentir la mujer más poderosa de la faz de la tierra.

–Daniel me...–no pude acabar la frase pues el orgasmo llegó arrasando con todo, no podía parar de vibrar encima de él. Por unos segundos no escuché nada más que mis propios gemidos. Todo se nubló, hasta que el placer comenzó a apaciguarse dando una tregua para poder respirar. Me dejé caer contra su pecho y lo sentí temblar debajo de mí a la vez que proliferó un rugido propio del rey de la selva.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora