Capítulo 10. 1ª parte: Una pared fría y sospechas confirmadas.

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Comencé a despertarme lentamente, me estiré debajo de las sábanas lo suficiente como para que mis piernas y brazos crujieran.

Algo húmedo recorría mi cuerpo, era agradable pero extraño, con gran esfuerzo conseguí abrir los ojos para ver qué era lo que mojaba mi piel. Era él, estaba encima de mí, pero apoyaba sus piernas y manos en el colchón para no aplastarme con su cuerpo. Pasaba sus labios con suavidad por mi hombro. Recordaba que nos habíamos tapado con una sábana, pero ya no estaba. Siguió besando mi pecho desnudo hasta bajar a mi vientre. No pude evitar sonreír, aquello sí que eran buenos días.

Cuando se percató de que ya había abierto los ojos y estaba observando cómo me acariciaba con su boca, subió lentamente por mi cuerpo hasta llegar a mis labios, me besó despacio, sin prisas, siendo tierno con cada caricia. Su lengua acarició la mía con suavidad, como si me estuviera pidiendo permiso. Era maravilloso. No necesitaba que sus labios devoraran mi boca para que consiguiera quemarme la sangre.

–El desayuno está preparado–dijo en mis labios. Pasaron unos segundos antes de que sus palabras atravesaran el banco de nubes y llegaran a mi cerebro. Asentí y volví a besarlo con la misma lentitud, él me correspondió profundizando un poco más aquel contacto.

Se apartó de la cama en dirección a la puerta, por como resopló, diría que estaba un poco acalorado. Me fijé en que llevaba el uniforme de policía, le quedaba maravillosamente bien, se veía poderoso. Era la fantasía sexual de cualquier mujer. Más bien la tuya. Estás obsesionada con los uniformes.

– ¿Puedo darme una ducha?

–Solo si me dejas mirar–me sonrió socarrón. Consiguió que me ruborizara y por supuesto se rio de la reacción de mi cuerpo. –Claro que puedes, en el mueble del baño hay toallas y tu ropa está aquí–señaló la silla del escritorio donde se encontraba toda mi ropa incluyendo la interior, perfectamente doblada.

Sabía que estaba completamente desnuda pero no fui realmente consciente hasta que salí de la cama y él me seguía atentamente con su mirada, fue entonces cuando mi cabeza hizo clip y con rapidez recogí la sábana del suelo para taparme. Por unos segundos me ardieron las mejillas, por suerte Daniel pareció percatarse y no prolongó mi momento vergonzoso marchándose de la habitación.

Me metí en la bañera y corrí la cortina. Él agua salía fría pero apenas se notaba cuando impactaba en mi cuerpo. Dentro de la ducha, había una estantería donde había varios botes de gel de cuerpo, champú, maquinillas de afeitar y una esponja. Demasiadas cosas se me estaban pasando por la cabeza, intenté apartar todo aquello y ducharme rápido.

Dentro de la ducha, en la pared interior había un toallero donde coloqué la toalla con la que enroscarme para poder salir fuera de la ducha.

Retiré la cortina y me quedé helada. Daniel estaba allí mirándome.
Al salir de la ducha la toalla se aflojó dejándome desnuda ante sus ojos. Intenté tapar con las manos mis partes íntimas. Si hubiese podido hubiera hecho un agujero en el suelo para meter la cabeza.

–No te tapes–dijo con la voz ronca, justo esa voz que me traía de cabeza. Me quedé quieta mientras él se acercaba a mí y recogía la toalla del suelo. Dejé caer mis brazos, Daniel comenzó ha secar mi cuerpo con delicadeza, siendo muy tierno y suave en los puntos clave. No pude evitar estremecerme.

Comenzó a descender y sustituyó la toalla por sus dedos, abriendo mis labios e introduciendo un dedo en mi interior. Las piernas me flaquearon y pensé que me caería al suelo, pero con su mano libre me sostuvo por el vientre y me apretó contra la pared del baño, estaba helada pero mi cuerpo estaba lo suficientemente caliente como para apenas notarlo.

Introdujo otro dedo más y aceleró el ritmo, un gemido escapó de mis labios, estaba disfrutando demasiado lo que me estaba haciendo. Abrí los ojos como platos y el aire les faltó a mis pulmones cuando sustituyó los dedos por su lengua. Me estaba entregando momentos de placer que nunca antes había experimentado. No quería que parara, aferré su pelo con una mano y con la otra acaricié unos de mis pechos. No podía estar quieta, me iba a volver loca. Me rozó con su lengua, despacio, para después lamerme con mayor intensidad y acabar mordiendo justo en el punto clave consiguiendo que mi cuerpo comenzará a convulsionar sin control. No podía parar de gemir, pero él seguía lamiéndome, haciendo el orgasmo interminable, me iba a desmayar de puro placer.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora