Capítulo 13: Una camiseta peculiar y una tumbona.

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Al día siguiente Daniel conocería a mi padre, esa persona que cuando era pequeña llevaba una camiseta con un eslogan que decía: tengo una hija preciosa y también tengo una pistola, una pala y un jardín enorme.

La camiseta dejó de ser graciosa el día que supe que no se la compró por casualidad en rebajas o en alguna feria, sino que había ido a una tienda especializada en personalizar tazas, cojines... y la había pedido.

Por suerte para mí, cogió unos kilos y dejó de ponérsela porque se le ajustaba mucho en la zona de la barriga y no le gustaba marcar michelines, se sentía tan acomplejado que durante ese tiempo solo usaba camisas anchas. Para cuando consiguió volver a estar en forma ya me había desecho de la camiseta con la ayuda de mi madre.

Mi intención cuando llamé a María y Tania para pasar la tarde en la playa era distraerme durante unas cuantas horas, dejar de pensar en el día siguiente y centrarme en el presente, pero para mí desgracia mis amigas me conocían muy bien. Yo era muy buena escondiendo mis sentimientos, por lo general si no quería que nadie supiese que me encontraba mal lo conseguía, pero con ellas parecía que mis trucos ya no funcionaban, al menos esa tarde fui descubierta a los pocos segundos de extender mi toalla en la arena por lo que acabé contando a mis amigas que era lo que rondaba por mi desquiciada cabeza.

–Me dejas alucinada–para María si era la primera vez que me escuchaba hablar de Daniel.

–¿Por qué quieres dejar de acostarte con un hombre, según tú, tan guapo, atractivo y maravilloso? –Tania era experta en dejarme desconcertada con sus preguntas.

–No quiero dejar de acostarme con él.

–Entonces ¿Cómo se te ocurre organizar una comida con tu padre? Parece que quieres espantarle–me miraba como si de verdad pensara que me había vuelto loca.

–Parece que no escuchas. Ya he dicho que mi padre me obligó.

–¡Venga ya! Si hubieses querido te podrías haber librado de esa comida por más que tu padre hubiera insistido, si eres firme no puede hacer nada para obligarte, ya no tienes quince años.

–Tiene razón Alex–María se posicionó al lado de Tania, aunque con un tono más suave y comprensivo.

–Por supuesto que tengo razón y si nosotras lo sabemos ¿Sabes quién más lo sabe? –En ese momento me habría metido en el agua y nadado hasta que mi vergüenza desapareciera. Por supuesto que él lo sabía, pero ¿Qué sabía? ¿Qué conclusiones habría sacado? ¿Por qué aceptó? Mi cara debió convertirse en un poema de Edgar Allan Poe puesto que María se sentó en mi toalla y me pidió que me calmara.

–No te agobies. Si él ha aceptado también puedes interpretarlo como una buena señal. Eres una gran persona, puede que quiera tener una relación más seria contigo.

–O también puede que nuestra amiga sea muy buena en la cama y no le importe tener que aguantar esa reunión con tal de seguir teniendo sexo salvaje.

–¿¡Por qué eres tan bruta!?–María fulminó con la mirada a Tania.

–¿Es que tú no lo has pensado?

–Pues claro que lo he pensado, pero ya sabes lo paranoica que es–se ensalzaron en una discusión, parecía que habían olvidado por completo que yo seguía estando allí. María tenía razón, a veces podía dar demasiadas vueltas a las cosas, buscarle tres pies al gato o lo que es lo mismo, ser una paranoica.

–No voy a intentar comprender a Daniel, sea por lo que sea que haya aceptado ya lo averiguaré en su debido momento–mis amigas se miraron para después observarme con atención. Ninguna de las dos parecía creerme, no las iba a culpar por ello, yo misma estaba haciendo un tremendo esfuerzo por creer en mis palabras.

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