Capítulo 7. 1ª parte: Una orden y un límite.

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La hora del almuerzo estaba por llegar, mi padre que sabía que Tania estaba en la casa, estaba encantado de que ella se quedara a almorzar con nosotros, pero la realidad era que ninguna de las dos teníamos ánimos para abrir la boca. Lo único que queríamos era que llegara la tarde para poder ir a visitar a Sandra. Por el momento Tania y yo coincidimos en que era mejor no contarle que Joseph y unos cuantos más estaban arrestados.

Después de visitarla tenía pensado ir a comisaría para averiguar por ellos. Tenía miedo de cuales pudieran ser las consecuencias de aquella paliza. Todos eran mayores de edad y con antecedentes. Lo que tenía claro era que ese mal nacido no denunciaría. Sabía perfectamente porque le habían dado semejante paliza. Su padre era un hombre importante y dudaba mucho que quisiera relacionar su nombre con una violación.

Aunque no tuviéramos ningún ánimo, le pedí a mi amiga que hiciera todo el esfuerzo que pudiera para fingir delante de mi padre y que este no sospechara absolutamente nada. Apenas termináramos de comer saldríamos disparadas de allí con alguna excusa.

Ese almuerzo se puso realmente pesado con las preguntas, pero por suerte Tania supo contestarlas todas con una sonrisa. Admiraba su entereza. Por mi parte agradecía que mi padre estuviera entretenido con su conversación con mi amiga y a mí me dejara tranquila.

Antes de ir donde Sandra, paramos en la casa de mi amiga para que se duchara y se cambiara de ropa. Mientras Tanía se aseaba yo me quedé fuera observando la zona. Ni loca entraría para tener una de mis desagradables conversaciones con sus padres.

Paseé un poco por los alrededores sin alejarme demasiado. Sin duda Tania vivía en una zona muy bonita. Se veía tranquila y segura. Ante todo, me pareció una zona muy familiar por la cantidad de parques infantiles que había visto.

De camino a casa de Sandra fuimos en silencio. Ninguna de las dos teníamos ganas de nada. Solo de llegar al piso que Sandra compartía con otras tres chicas para poder abrazarla y transmitirle que nos tendría para todo lo que necesitara.

Esta vez manejaba Tania, nunca había tenido quejas de su forma de conducir hasta ese momento, se notaba la desesperación por llegar cuanto antes.

Le pedí varias veces que ajustara la velocidad, pero me tuve que poner más seria de lo que me hubiese gustado para que por fin redujera.

Media hora más tarde ya habíamos llegado. Esa zona nunca me gustó, era demasiado solitaria. La gran mayoría de las casas no estaban cuidadas, las que estaban en peor estado eran las que tenían un cartel para alquilar o vender.

Tocamos al timbre y una de las compañeras de piso de Sandra nos abrió la puerta, nos miró de arriba abajo y sin decir nada se marchó. Perfectamente podríamos haber sido dos ladronas y desvalijar el piso de arriba abajo que parecía que a aquella chica poco le importaba. En alguna ocasión Sandra nos comentó que sus compañeras no eran precisamente las personas más simpáticas y habladoras del mundo.

Nos dirigimos hacía su habitación y allí estaba, tumbada en la cama abrazada a una almohada. Tenía la ventana totalmente cerrada y la luz apagada, parecía querer sumergirse en una total y absoluta soledad y oscuridad.

Decididas, entramos a su habitación, mientras Tania fue a abrazarla, yo me encargué de abrir la ventana de par en par, era necesario que la vida volviera a fluir.

Cuando Tania se separó de Sandra, me acerqué a ella y la abracé muy fuerte para que sintiera todo mi apoyo. Al separarme de ella pude ver sus ojos rojos de tanto llorar y unas ojeras muy marcadas.

–Deberías habernos avisado. Aislarte e intentar soportar todo esto tu sola no es sano–Tania utilizaba un tono de voz tan suave y una mirada tan cariñosa que aquel reproche no sonó como tal.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora