Nunca había soportado las órdenes, era algo superior a mí, pero sus palabras no las entendí como una orden o una amenaza, sino como una incitación al más puro y deseado placer que dos personas puedan darse.
No me iría, por supuesto que no. Salí a toda prisa de la comisaría y me alejé unos cuantos metros. De verdad que necesitaba aire.
La noche era condenadamente calurosa, lo cual no ayudaba. Al menos corría una suave brisa que fue como rozar el cielo cuando la sentí refrescar mis mejillas.
–Por un momento he pensado que te habías marchado–llegó por detrás y me rodeó la cintura con sus fuertes brazos. Me sentía demasiado atraída por él como para reaccionar apartándolo. Todo lo contrario, quería sentir todo su cuerpo junto al mío, como si fueran uno.
–Estoy aquí.
–Podría pasarme la noche acariciándote–metió la mano derecha por debajo de mi camiseta, me acariciaba suavemente el estómago, manteniéndome cerca. Perdí la poca cordura que me quedaba cuando comenzó a dejarme besos calientes, húmedos y excitantes por el cuello. Era suya, me tenía totalmente sometida a todas sus perversiones.
–Esto va demasiado rápido–dije en un intento por revelarme ante aquella manipulación carnal.
–Se que tú también me deseas–tenía razón. Estaba muy excitada por sus palabras y sus roces. Me sentía tan preparada para entregarme a él que me daba miedo.
Me pidió las llaves y se puso al volante de mi coche.
Conforme fuimos recorriendo el camino, la agradable brisa que entraba por la ventana conseguía despejarme las ideas.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué permitía todo aquello? Me moría de deseo, pero sabía que solo sería un polvo y me mandaría para mi casa. ¿Dónde estaba mi orgullo? Me había dejado totalmente abandonada e indefensa en brazos de ese tipo. Deja al orgullo tranquilo y hazme caso a mí. Disfruta, ¡no seas boba!
Definitivamente no, no haría nada esa noche, había decidido poner orden en mi vida. No estaba en contra del sexo esporádico, pero estaba convencida de que si probaba a ese hombre iba a querer más y dudaba mucho que él pensara igual que yo. No quería acabar enganchada a un hombre del que apenas conocía su nombre.
–Para llegar a mi casa tienes que girar a la derecha en la siguiente calle–se me hacía raro llamar la casa de mis padres mi casa, no me gustaba hacerlo, pero Daniel no conocía mi historia.
–No vamos a tu casa.
–Yo quiero ir a mi casa.
–No es cierto y lo sabes–me molestaba que hablara con tanta seguridad de lo que quería o no.
–No sabes nada de mí–de reojo vi como sonrió. Su sonrisa no me inspiró nada de confianza.
–Puedes seguir intentando engañarte a ti misma–paró el coche. Miré al frente, había aparcado justo detrás de un coche de policía, sería el suyo y aquella su casa, se veía grande para una sola persona. Tampoco sabía si vivía solo, no sabía absolutamente nada de él, solo que era policía y fastidiosamente guapo. De su carácter sabía que era un arrogante pero cuando quería podía ser agradable y muy convincente.
Se bajó del coche y se aproximó a mi puerta para abrirla y pedirme que bajara. No iba a hacerlo, había tomado una decisión y por más fuerte que fuera el deseo que sentía, creía que estaba haciendo lo correcto por lo me mantendría firme.
A la segunda vez que me negué a bajar del coche, vi como su mirada se oscureció, lo que me dio a entender que estaba empezando a perder la paciencia. Él se lo estaba buscando, no podía obligarme a hacer nada que yo no quisiera.
ESTÁS LEYENDO
Jugando con la ley
RomanceMi hermano murió. Desde ese día me dediqué a sobrevivir a una vida teñida de gris. Uno de esos fríos días, a altas horas de la madrugada, fui detenida por un policía y gracias a ello, por unos instantes recordé lo que era el orgullo. Como si la vida...