Capitulo 14. 2ª parte: Un loro chillón y veinte segundos.

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   Cuando llegamos me dijo que había una habitación que no me había mostrado y que sabía que me encantaría, su risa y su voz traviesa me despertaron la intriga.

Me pidió que cerrara los ojos mientras él me conducía por toda la casa en dirección a la habitación que me quería mostrar. Solo esperaba que no fuera una habitación de juegos sexuales tipo sadomasoquismo. Con él había experimentado el mejor sexo de toda mi vida, pero aun así había límites que no iba a sobrepasar.

Por fin llegamos y me permitió abrir los ojos. Me quedé sin palabras, era un cuarto de baño enorme con un jacuzzi de suelo en medio de la habitación. El baño era blanco, el jacuzzi tenía velas aromáticas alrededor y al lado una mesita auxiliar.

–Me doy largos baños aquí cuando necesito relajarme–incluso había una televisión de plasma colgada en una de las paredes. No se podía negar que lo tenía todo calculado.

–Es genial. Si me lo hubieses dicho me habría traído un bikini.

– ¿Y para qué lo necesitas? –me cogió de la mano y tiró de mí pegándome a su cuerpo. Me dio un beso suave en la comisura de los labios, fue descendiendo por mi cuello y retrocedió hasta llegar a mi oreja–. Había pensado que podríamos relajarnos juntos–me dio un suave mordisco en la mejilla y un escalofrió me recorriera todo el cuerpo. Le rodeé el cuello con mis brazos y lo atraje hacía mí para poder saborear mejor sus labios. Noté sus manos subir mi camiseta despacio hasta que terminó quitándomela y tirándola a un lado. Se apartó un poco de mí y me miró con intensidad. Sus labios descendieron a mis pechos con el sujetador aún puesto, por poco tiempo. Lo desabrochó en un hábil movimiento, me acarició con suavidad mientras yo besaba su cuello. Estaba siendo muy dulce, no era desesperado y salvaje como en otras ocasiones, pero no era menos intenso.

Volvió a mis labios. Sus manos descendieron al cierre de mis pantalones, que pocos segundos después estaban al lado del resto de mi ropa.

Estaba completamente desnuda para él, en cuerpo y alma. Suspiró en mis labios mientras con una de sus manos acariciaba mi intimidad.

–Espérame aquí–me ayudó a meterme en el jacuzzi y desapareció. Cinco minutos más tarde apareció con dos copas y una botella de vino. Lo puso todo en la mesa auxiliar y comenzó a desvestirse. Admiré ese momento. Sentí arder mis mejillas y como mi corazón se aceleró cuando terminó de desnudarse. Entró al jacuzzi y me obligó a sentarme en su muslo. Me dio besos por toda la espalda, mientras sus manos acariciaban mis pechos, cerré los ojos para sentir con más precisión cada caricia suya. No podría describir con palabras el nivel de excitación que sentía, podría haber llegado al orgasmo en ese momento sin necesidad de nada más.

Cogió las copas de vino ya servidas y brindamos, el vino era exquisito. Me obligó a beber toda la copa antes de retirarlas.

–Creo que no puedo encontrar un mejor momento para decirte lo que llevo pensando desde hace un par de días–me miró a los ojos–. No sé muy bien como expresarme pero tengo la necesidad de que sepas que quiero estar contigo, quiero mucho más que eso, te quiero a ti Alejandra. Te quiero–no me dejó decir nada, no me permitió analizar sus palabras en mi cabeza. En un movimiento ágil me colocó contra la pared del jacuzzi con él entre mis piernas. Con una de sus manos atrapó las mías. Alargó su otro brazo hasta su pantalón y sacó unas esposas. Me las mostró y sonrió con malicia. Me esposó al jacuzzi dejando mis brazos detrás de mi cabeza. Me miró con intensidad y abrió más mis piernas. Se hundió en el agua, no podía creer lo que iba a hacer, pero sí, con el primer roce de su lengua me quedé sin respiración. No estuvo ahí debajo ni veinte segundos, pero fueron los mejores veinte segundos de toda mi vida.

Besó mis labios con brío, mientras sus manos se deslizaban por mi cuerpo a su antojo. Me sentía totalmente indefensa, expuesta a todo lo que él quisiera, pero sabía que no me haría nada que no disfrutara.

Dejaba besos húmedos por todo mi cuerpo mientras sus manos seguían haciendo de las suyas. No lo soportaba más, necesitaba que mi cuerpo explotara junto al suyo.

–Mi amor, por favor–supliqué en un susurro. Acababa de llamarle mi amor, pero no entré en estado de pánico ni pensé en ello, ¿Cómo iba a pensar si ni podía abrir los ojos de lo extasiada que me sentía?

No me hizo esperar más y me penetró con lentitud y suavidad, prolongando la tortura. Mis manos estaban atadas, pero mis piernas no. Le rodeé por la cintura y empujé su cuerpo hacía mí, culminando la penetración, fue maravilloso. Le escuché gemir como nunca lo había hecho.

Con mis piernas le exigía más rapidez. Estaba siendo lento y muy suave, me encantaba, pero sentía que no podía soportarlo más.

–Déjame ser suave por una vez contigo. Quiero hacerte el amor–susurró en mi oído. Me besó los labios y le correspondí como él deseaba, despacio, saboreando el momento.

–Puedes hacer conmigo lo que quieras. Soy tuya–volví a cerrar los ojos a la vez que intentaba respirar lo menos entrecortadamente posible.

–No puedo más–dijo apoyando su cabeza en mi pecho. Aceleró el ritmo y por fin estallé, me besó ahogando mis gemidos y los suyos.

No hablamos de lo que ambos habíamos dicho en ese encuentro maravilloso, incluso me pareció notar un poco de tensión que el finalizó invitándome a cenar.

Fuimos a comer a un argentino, cuando entramos nos atendió una chica que parecía lo suficientemente joven como para que fuera ilegal que trabajara allí y en cualquier parte.

Nos llevó hacía una de las pocas mesas que había libres. No quería ser mal pensada, pero durante toda la cena, esa chica se acercaba demasiado a nosotros para preguntarnos qué tal estaba todo y si necesitábamos algo más, más bien se lo preguntaba a Daniel, tanta atención comenzaba a exasperarme. Él sin embargo no parecía darse cuenta y si lo hacía, disimulada muy bien.

Cuando nos íbamos pude ver como la camarera apuntó su número de teléfono detrás de la cuenta. Estuve a punto de acercarme y decirle un par de cosas, pero Daniel dejó la cuenta allí y mi corazón se relajó. Dejaría pasar esa estupidez, ni la comentaría con él.

Antes de entrar en la casa le ofrecí dar un paseo por el parque que había allí cerca.

Me frené en seco y le miré a los ojos, tiré de su mano para que se acercará más a mí.

–Te quiero–durante el paseo había pensado como decírselo, pero era más sencillo que enrevesarlo todo con una larga explicación.

–Menos mal, ya me estaba preocupando–rodeó mi cintura con sus brazos y rozó sus labios con los míos.

–Te he llamado mi amor, eso es más que te quiero.

–Te he escuchado, pero he pensado que quizás solo lo habías dicho para que no parara.

–Eres un idiota–sonrió ampliamente y me apretó más contra su pecho.

–Lo siento por ti.

–¿Por qué?

–Tu amor es un idiota.

–Y un arrogante.

–Pero lo quieres.

–Pero lo quiero–nos fundimos en un tierno beso hasta que mi teléfono comenzó a vibrar. Era la hora de despedirse.

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