No estaba de humor para soportar cualquier broma estúpida, por lo que no contesté. Nunca lo hacía, no me interesaban las personas que se escondían, no solían traer nada bueno.
Me apoyé contra el escritorio, estaba realmente frustrada. Necesitaba descargar toda la frustración que fluía por mi cuerpo, pero no tenía nada a mano que no fueran mis padres.
Sin tocar, mi padre entró a mi habitación y dejó las llaves de un coche encima de la mesa y salió sin decir nada. Parecía apenado, pero ni sus gestos amables ni su cara de pena conseguirían ablandarme. Agarré las llaves y salí corriendo de allí, necesitaba aire fresco y sabía dónde encontrarlo.
Lo bueno de vivir en el sur, era que si querías una parcela de tierra o un pequeño monte por el que caminar, lo tenias bastante fácil. Aparqué el coche y comencé a caminar.
Era relajante escuchar a los pájaros, sentir en mi cuerpo los rayos de sol que se colaban entre las ramas de los enormes árboles.
Llegué a un mirador, había caminado bastante, alcanzando una altura considerable, me senté en uno de los bancos que allí había para descansar un poco.
Cerré los ojos y dejé que la suave brisa que corría por allí arriba recorriera mi rostro regalándome una suave caricia. Mi teléfono comenzó a sonar sacándome de aquella agradable sensación. De nuevo era un número privado. Vacilé si atender la llamada o no. Al final decidí cogerla, sería un buen modo de descargar un poco de tensión.
–Diga–se hizo el silencio, volví a hablar, pero nadie respondió y acto seguido quien quiera que fuese me colgó.
Típico, cuando tenía doce años también gastaba ese tipo de bromas con número oculto. Siempre planeábamos que broma íbamos a hacer, pero al final cuando nos contestaban nos quedábamos en blanco y colgábamos, otras veces no éramos capaces de aguantarnos la risa y colgábamos al instante.
Los rayos del sol cada vez eran más débiles, pero no hacía frio, en otras Comunidades autónomas, sobre todo en el centro y el norte si había cuatro estaciones al año, pero en Almería solo había dos: el verano y la estación de Renfe.
Era el momento de irse, no quería que la noche me pillara allí arriba. No me daba miedo, bueno... en realidad sí, bastante miedo. Antes de ponerme en marcha, pensé donde poder ir, pues no deseaba en absoluto regresar tan pronto a la casa.
A la casa, no pude evitar sonreír, ya era el momento de volver a llamarla mi casa. Por más padres pesados y asfixiantes que vivieran allí.
De nuevo el teléfono, esta vez no era un número oculto, sino Tania. Conecté el manos libres y acepté la llamada.
– ¿Dónde estás? –me pregunté interiormente donde se había quedado el cotidiano y clásico entre todos los clásicos: hola.
–Conduciendo.
– ¿Quieres ir a tomar una copa con María y conmigo?
–Claro–fijamos hora y lugar. En realidad no me apetecía en absoluto, pero cualquier cosa era mejor que regresar. Al menos el lugar que habían escogido tenía terraza y era bastante tranquilo ya que era más bien para personas no tan jóvenes.
Me daba tiempo de pasarme por mi casa. Qué raro se me hacía pensar en aquel lugar como mi casa de nuevo.
Me ducharía y me pondría algo adecuado para salir. La duda que me quedaba era si comeríamos fuera o cada una por su lado. Ante la duda, antes de meterme a duchar, le mandé un mensaje a Tania preguntándole. Cuando salí de la ducha y me enrosqué en una de las toallas del armario, miré el teléfono. Mi amiga me daba a elegir que hacer, comer fuera significaba más tiempo despejada.
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Jugando con la ley
RomanceMi hermano murió. Desde ese día me dediqué a sobrevivir a una vida teñida de gris. Uno de esos fríos días, a altas horas de la madrugada, fui detenida por un policía y gracias a ello, por unos instantes recordé lo que era el orgullo. Como si la vida...