Capítulo 4: Un control de alcoholemia y el salto del tigre.

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Al llegar a la casa de Tania, me bajé del coche con ella. Le pedí que me diera un buen vaso de agua muy fría, quería despejarme lo máximo posible, pues sabía que el tramo que me quedaba hasta la casa solía estar controlado por policías realizando controles de alcoholemia. Ya había pasado bastante tiempo desde que dejamos de beber y me encontraba perfectamente, pero toda precaución ante un posible control era poca.

Me despedí de mi amiga y reanudé la marcha, quería llegar cuanto antes, comenzaba a tener sueño, algo normal teniendo en cuanta que eran casi las cinco de la madrugada.

A lo lejos vi las luces de un coche de policía, por la fluidez del tráfico estaba segura que no se trataba de un accidente, si no de un control de alcoholemia. Me puse demasiado tensa, abrí los ojos, me puse seria y agarré el volante con ambas manos firmemente.

Pero fue inútil, el uniformado con la luz comenzó a hacerme señas para que detuviera el coche. Mi mala suerte siempre estaba al acecho.

–Carnet de conducir señorita–me quedé totalmente blanca. Era él, el hombre con el que había estado fantaseando en la playa.

Quizás esa noche no era mi mala suerte quien me acechaba. A la cuarta vez que me pidió el carnet de conducir conseguí reaccionar y acto seguido me sonrojé, me había quedado embobada como la buena estúpida que era.

Rebusqué por todo el coche, pero mi carnet no estaba. Lo que me faltaba, darle motivos a ese tipo para que me sacara los cuartos con la multa que estaba segura, fuera por lo que fuera conseguiría ponerme.

Finalmente recordé que siempre llevaba el carnet en la cartera, no sabía porque había registrado el coche, nunca lo había llevado ahí.

Finalmente se lo entregué y él comenzó a mirarlo de arriba abajo.

–Alejandra, bonito nombre–un escalofrió me recorrió la espalda. Su voz tenía un efecto especial en mí. –Dime Alejandra, ¿Te has metido en muchos problemas desde la última vez? –Sonó irónico. Tenía un mal presentimiento, pero controlaría mi carácter, debía hacerlo o quizás ese cretino fuera capaz de inmovilizarme el coche.

–No agente, me porto bien–dije intentado esbozar una bonita sonrisa, pero creo que se quedó en un simple intento.

–Cuanto lo dudo–dijo más irónico aún si es que se podía. ¿Qué le pasaba a ese tipo? ¿Dentro de los deberes de policía estaba el de ser imbécil? ¿O era así de fábrica?

–Voy a hacerle una prueba de alcoholemia. Saque la boquilla, colóquela y sople hasta que yo le diga–

–Sí, ya sé cómo se hace–cogí la bolsita que me ofrecía de mal humor.

–Me extrañaría que no fuera así–alcé la vista para replicarle, pero me quedé muda cuando vi la media sonrisa con la que me miraba. Me puse tan nerviosa que la boquilla se me cayó al suelo y tuvo que ir en busca de otra.
Para mi gran suerte la prueba de alcoholemia dio negativa, aunque según él, por muy poco, por lo que decidió hacerme otra prueba, pero para ello debíamos esperar diez minutos.

–Está decidido a ponerme una multa–le miré desafiante.

–Sólo cumplo con mi deber, Alejandra–de nuevo mi cuerpo tembló de pies a cabeza. Era como si su voz enviara descargas directas a mi cerebro dejándome bloqueada.

Mi cuerpo deseaba relajarse, los parpados comenzaban a pesar, pero hacía todo lo posible porque no se diera cuenta, si mostraba síntomas de somnolencia lo creía capaz de hacerme un control de estupefacientes.

Mientras yo esperaba dentro de mi coche a que pasaron los diez minutos más largos de mi vida, él se dirigió hacía el coche policía que estaba aparcado unos metros más adelante. Observé como hablaba por la radio del coche policial, pero la distancia no me permitía escuchar la conversación.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora