Cerré la puerta con un fuerte portazo, necesitaba golpear algo, descargar toda la rabia que llevaba dentro y me estaba consumiendo segundo a segundo. Encontré un cojín y comencé a golpearlo con fuerza, con toda mi ira acumulada. No paré hasta que sentí mis fuerzas flaquear.
Aquello no había servido de nada, solo para sentirme más débil.
En algún momento el cansancio pudo conmigo y me quedé dormida. Cuando desperté, me di cuenta que la almohada estaba empapada por mis lágrimas, también observé que alguien me había quitado el calzado y echado una manta por encima, probablemente cuando mi padre dejó de escuchar mis sollozos entró a comprobar si estaba bien.
Tenía la garganta totalmente seca y el dolor de cabeza estaba acabando conmigo. Bajé a la cocina y estuve a punto de tomarme una pastilla para el dolor, pero recordé que llevaba más de veinticuatro horas sin ingerir alimento, por lo que no me la tomé por seguridad. Simplemente bebí un buen trago de agua y volví a mi habitación con una botella llena para no tener que volver a salir de mi cuarto.
Todo aquello era deprimente y no estaba poniendo nada de mi parte para salir adelante, pero tenía todo mi derecho a ahogarme en mi miseria esos días. Sabía perfectamente que en algún momento tendría que volver a salir al mundo exterior. El verano no era para siempre, prácticamente ya había acabado y me alegraba, necesitaba cambiar de aires, irme de esa casa, volver a estar ocupada para no tener tanto tiempo para pensar, volver a tener parciales, cientos de trabajos, profesores a los que odiar profundamente...
No sé cuantas horas pasé allí encerrada, mirando a la nada, recordando todo lo que había vivido con él. No había sido muy largo, pero si muy intenso y maravilloso, él había sido un hombre capaz de llenar mi vida de dicha, pero igual que la llenó, con su muerte, me dejó completamente vacía.
Salí de la cama y me senté en la silla de mi escritorio, miré las fotos que tenía pegadas en el corcho y me di cuenta que no tenía ninguna con Daniel, de hecho, en todo ese tiempo juntos no nos habíamos sacado fotos juntos. No tenía ni una sola imagen del amor de mi vida.
Escuché unos golpes en la puerta, a pesar de que no di paso para entrar, mi padre abrió y entró. Cargaba una bandeja con comida, parecía no querer entender que no tenía hambre. En la bandeja había un plato de sopa humeante que debía reconocer, olía muy bien, además, al lado de la sopa, estaba el plato en el que me había servido el pollo al limón y los tallarines del almuerzo.
–Papá...–comencé, pero él no me dejó acabar.
–Lo entiendo Alejandra, pero no voy a permitir que te enfermes, no me voy a ir de aquí hasta que te lo comas todo–mostró bastante firmeza en sus palabras y conociéndolo como lo conocía, sabía que cumpliría con su amenaza. No protesté más y comencé a cenar.
La sopa estaba deliciosa, era lo que necesitaba, algo caliente en el cuerpo, pero a pesar de estar muy buena, me costó horrores acabármela, como con el resto de la comida.
Al acabar de comer, me levanté del escritorio y me senté en la cama. Mi padre seguía allí, por la expresión de su cara, sabía que quería hablar conmigo, pero las palabras no le salían.
–Se que decirte que lo siento mucho no te va a ayudar, pero soy tu padre y mi obligación es protegerte. Voy a estar aquí para todo lo que necesites y si en algún momento necesitas hablar, no dudes en avisarme.
–Lo sé–claro que lo sabía, pero hablar no me iba a ayudar en nada, solo para recordar y que fuera más doloroso. Yo no era una de esas personas a las que contar sus problemas le desahogaba, a mí, como persona extraña, me pasaba lo contrario, me ahogaba.
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Jugando con la ley
RomanceMi hermano murió. Desde ese día me dediqué a sobrevivir a una vida teñida de gris. Uno de esos fríos días, a altas horas de la madrugada, fui detenida por un policía y gracias a ello, por unos instantes recordé lo que era el orgullo. Como si la vida...