Capítulo 8: Un trago de cerveza y una detención.

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Me desperté enredada en las sábanas de una cama que no era la mía. A mi lado no había nadie, todo estaba en completo silencio. A medida que fui recordando la espectacular noche que había pasado, las mejillas comenzaron a arderme y entendí el motivo del cansancio de mi cuerpo.

En el espejo del enorme armario que ocupaba toda la pared lateral de la habitación blanca, vi un papel pegado. Me levanté para cogerlo envuelta en la sábana pues estaba completamente desnuda.

Buenos días.

Te he dejado el desayuno preparado, está dentro del microondas. Tu ropa está encima del escritorio.

P.D. Tu padre llamó, había muchas llamadas pérdidas. Le envié un mensaje diciéndole que te habías quedado a dormir en la casa de una amiga.

Mi padre debía estar hecho una furia. Busqué mi móvil y lo encontré en la mesita de al lado de la cama. Como bien decía la nota había más de veinte llamadas pérdidas y varios mensajes posteriores al que había mandado Daniel por mí. Preferí no responder pues en el último mensaje decía que cuando llegara a la casa hablaríamos, eso me sonaba a escena.

Estaba deseando vestirme y salir de allí. No entendía por qué diablos me había dejado el desayuno hecho. Quería mentalizarme de que solo habíamos tenido una noche de sexo salvaje y maravilloso. No me arrepentía, pero no creía que fuera buena idea repetir. No quería estar enganchada físicamente a una persona que a nivel personal era un completo desconocido. Por más compatibles que fuéramos en la cama podía pasar que no conectáramos emocionalmente. Estaba empezando a desvariar. Ni siquiera sabía si le volvería a ver. Era tan paranoica. A veces me odiaba por darle tantas vueltas a las cosas ¡Basta, solo ha sido sexo, no se va a casar contigo pedazo de idiota!

No me comí el desayuno, pero sí que deambulé un poco por su casa. En la planta de arriba conté tres dormitorios y dos baños. En la primera planta había una enorme cocina abierta al salón donde había una impresionante televisión de plasma. También contaba con un aseo y una habitación que por la decoración y los muebles parecía su despacho, aunque había tantas estanterías llenas de libros que podría ser perfectamente una pequeña biblioteca. Estuve tentada a husmear los libros, saber qué clase de literatura le gustaba, pero no lo hice. No quería saber nada de su vida personal, al menos no así.

Las llaves de mi coche estaban en un cuenco de madera que había sobre un mueble de la entrada. Durante nuestra discusión las dejó ahí. Se me habían olvidado por completo, por suerte antes de salir por la puerta principal las vi.

Lo único que quería hacer era prepararme un buen desayuno y después darme un baño relajante e intentar aclarar mis ideas, pero por supuesto no sería así, antes de nada debía soportar las quejas de mi padre que venía enfilado hacía mí. No me dio tiempo a entrar en la casa, aparqué el coche en el garaje y en cuanto me bajé comenzó con sus reclamos

–No vuelvas a darme esos sustos, si piensas quedarte en la casa de una amiga o lo que sea me avisas con tiempo, no cuando te venga en gana y si te llamo coge el móvil que para algo lo tienes–parecía realmente indignado. Me hacía gracia la forma en que agitaba el dedo índice pero una risa en ese momento hubiera sido una provocación en toda regla.

–No lo volveré a hacer–me regañaba como si aún tuviera quince años. Frunció el ceño, pero no dijo nada más y yo continúe mi camino hacía el frigorífico donde maravillosos manjares me esperaban.

Después del desayuno y del baño, me tumbé en mi cama. Intenté no pensar en él, pero fue inevitable, los recuerdos fluían calentándome la sangre. Podría haber intentado negarlo, jurar mil veces que solo había sido sexo, pero entre todos esos pensamientos había uno, era él más pequeño, pero gritaba como ninguno, se habría hueco como una apisonadora: te gusta.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora