Capítulo 6: Un hombre de Champions League y ajustar cuentas.

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Apenas llegué a la casa, subí a toda prisa al baño para darme una ducha de agua bien fría, no me puse el termómetro por miedo de que sobrepasara los cuarenta grados.

Después de la ducha me sentí mucho mejor, más relajada y tranquila.

Aún no me lo creía. Me veía tan niña a su lado. Ciertamente no lo era, me consideraba una mujer de los pies a la cabeza, pero a su lado me había sentido pequeña. Me costaba entender que sintiera deseo por mí.

Las dos ocasiones anteriores en las que nos habíamos visto me había tratado con indiferencia e incluso con un desprecio que golpeó duramente mi orgullo de mujer. Quizás ese orgullo restaurado era el que me estaba provocando unas ganas enormes de hacer el pino puente. Pero como toda una mujer deseada por un hombre de Champions League, me controlaría.

Con cuidado de que nadie me oyera ni me viera, bajé a la cocina para prepararme algo rápido y subirlo a mi habitación, pero no tuve suerte, antes de poder comenzar a subir las escaleras, mi padre me llamó, maldije para mí.

–Tenemos que hablar–dijo muy serio a la vez que se sentó en uno de los taburetes de la cocina.

–Papá no me quites el apetito–mi tono de resignación pareció aplacarlo un poco.

–Está bien, come tranquilamente, pero ni se te ocurra irte, en diez minutos vuelvo.

Tal y como dijo, pasados diez minutos regresó, era un fanático de la puntualidad. Yo hacía un rato que había acabo, incluso limpiado lo que había ensuciado con el sándwich.

Se volvió a sentar donde antes y me miró. Estuvo un tiempo callado, pensativo, como si no supiera por dónde empezar la conversación, no era para menos, aquel tema no era nada fácil para ninguno.

–Voy a ser directo, nada de rodeos. Necesito saber si de verdad piensas que...–hizo una pausa. No le iba a ayudar con aquello. Creía saber lo que me iba a preguntar, pero para mí también era demasiado doloroso pronunciar aquellas palabras. Respiró hondamente y consiguió continuar. –Si piensas que tu madre quiere verte... eso–la palabra era muerta. No se atrevía a decirla y yo tampoco quería que lo hiciera, como tampoco quería que me hiciera aquella pregunta. No sabía la respuesta a la pregunta. Por un lado, el comportamiento de mi madre me hacía sentir mal y llegar a pensar en lo peor, pero por otro lado no me cabía en la cabeza que una madre pudiera desear la muerte de su hija. Me parecía demasiado doloroso e inhumano.

–No lo sé. Creo que no, pero tampoco me demuestra lo contrario–mi voz fue un susurro, no quería seguir hablando.

–Lo siento mucho Alex, esto no es justo para ti–realmente se veía dolido y confundido. Había intentado que todo fuera a mejor, pero lo cierto era que las cosas se complicaban cada día más. Quizás por mi culpa o por la de mi madre, no lo sabía, pero lo que si sabía era que el único que estaba luchando por levantar aquel árbol caído era mi padre, y solo por él intentaría que no volviera a ocurrir nada parecido a lo que había sucedido hacía unas pocas horas.

–Déjalo estar, no cuento con ella, pero sé que contigo sí y con eso me basta-no era cierto, quería a mi padre y agradecía todo lo que estaba haciendo, pero necesitaba infinitamente a mi madre. Mi padre sonrió levemente. Se bajó del taburete dispuesto a marcharse de la cocina.

–No hay mal que dure cien años, o al menos eso espero–sin decir nada más se marchó de la cocina. Agradecía que no esa conversación tan incomoda no se alargase.

Tania llegó a la casa unos segundos después de que yo terminara de arreglarme, ni siquiera fue necesario que me esperara en el salón. No me gustaba hacer esperar, al contrario que ella. Me dieron ganas de pagarle con la misma moneda y quedarme en mi habitación veinte minutos mirándome los pies, pero me pareció una actitud absurda e infantil por lo que me puse mi perfume favorito, salí a la calle y me monté en su coche.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora