Capítulo 15. 1ª parte: Un cumpleaños y chin chin

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Sentía que cada vez que pasaba veía menos a Ross, en las últimas tres semanas solo le había visto cuatro veces, lo que había provocado en mí un estado de frustración que no conseguía manejar.

Estaba segura de que si no fuera por su peligroso trabajo, mis alarmas no saltarían si pasaban más de dos días y no tenía noticias suyas. Comenzaba a pensar que me estaba haciendo demasiado dependiente de él.

No podía ser que no se diera cuenta de que su trabajo me angustiaba, arriesgaba su vida todos los días. Quizás eso era un poco exagerado ya que vivíamos en una ciudad tranquila la mayoría del tiempo, pero de vez en cuando sí saltaban las alarmas como la vez que me sacó de la celda por el criminal que habían atrapado.

Él debía comprender que una llamada por la noche para confirmarme que estaba perfectamente, sin un balazo en la cabeza hacía que me fuera a la cama tranquila y relajada.

En esas cuatro veces que nos vimos en tres largas semanas, había intentado comentarle de pasada mi problema, pero no le daba importancia, se lo tomaba a risa.

Estaba decidida a volver a hablarlo con él e intentar que en esa ocasión se lo tomara en serio y tuviera la amabilidad de hacerme caso, pero no sabía cómo empezar el tema. No quería parecer una neurótica y asustarlo con mis ataques de pánico, pero no parecía haber otra opción.

Bajé a desayunar aún enfrascada en mis pensamientos, no vi que el ángulo de curva que hice fue tan pequeño que mi dedo meñique del pie izquierdo se dio de lleno contra la barandilla de mármol.

Grité y de mi boca salieron unas cuantas maldiciones muy feas. No era la primera vez que me pasaba. Debía comenzar a prestar mayor atención por donde caminaba antes de quedarme sin dedos en los pies.

Prácticamente cojeando entré a la cocina, allí estaba mi padre que parecía estar aguantándose las ganas de reír, seguro había visto el golpe y por supuesto habría escuchado mis aullidos de dolor, tenía que haberlos escuchado hasta el vecino del final de la calle.

–Ten más cuidado–por lo menos no hacía la ridícula pregunta de: ¿Te has hecho daño? No entendía porque la gente cuando veía a alguien caerse hacía esa pregunta.

–Para la próxima–me limité a decir mientras rebuscaba en el frigorífico que desayunar.

Había todo tipo de ingredientes para preparar suculentos y deliciosos desayunos, pero no tenía ninguna gana, por lo que opté por un cuenco de leche con cereales de chocolate.

Todas las mañanas me encontraba en la cocina con mi padre y desayunábamos juntos, solía preguntarme por Daniel, como nos iba, si lo vería... parecía haberle caído bien y estar conforme, pero esa mañana no lo había hecho y me extrañó.

No solo eso, ciertos detalles que fueron transcurriendo a lo largo de la mañana me llamaron la atención. Mi madre solía estar las veinticuatro horas del día encerrada en su estudio, pero esa mañana estaba tranquilamente en el comedor viendo la televisión. Podría haber hecho la prueba y haberme sentado con ella y comprobar cuanto tiempo tardaba en irse, pero no lo hice, odiaba los momentos en los que se alejaba de mí.

Por otro lado, mi padre se tiró más de una hora con el teléfono pegado a la oreja hablando con Dios sabe quién, pero no parecía especialmente contento, empezó a alzar la voz hasta que acabó pegando gritos, finalmente colgó, no sé cómo no se cargó el teléfono.

Salió como una bala y hasta bien entrada la tarde no regresó, y aún seguía con cara de muy pocos amigos.

Estaba muy aburrida, creía que ir a la playa con mis amigas me despejaría un poco pero solo me sirvió para escuchar los lamentos de mis amigas.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora