Capítulo 5: Un deseo desvelado y ojos dilatados.

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Después del accidente mi padre se dedicó a visitar diferentes concesionarios para comprar un nuevo coche. En las dos primeras visitas le acompañé, pero después de ver la importancia exagerada que le estaba dando a la seguridad del vehículo, preferí pasar del asunto y dejarlo todo en sus manos.

Sólo esperaba que no se le fuera demasiado la mano con la protección y no me comprara un coche a prueba de bombas con cristales tintados.

Mientras tanto me dio vía libre para usar el suyo siempre que lo necesitara. Ya lo había hecho más de una vez en esa semana que había pasado desde el accidente.

Mis salidas eran simples. Había estado en la playa con mis amigas y habíamos ido un par de noches al cine.

Nunca les llegué a decir nada sobre el accidente. Cuando me preguntaron qué había pasado con mi coche, me inventé una excusa. Les dije que la grúa se lo había llevado y que cuando fui a recogerlo le habían destrozado la parte trasera, en fin, un rollo imposible de creer pero que ellas se tragaron.

El hecho de no querer alarmarlas con aquello, tampoco me permitía decirles nada del agente Ross, aunque me moría por hacerlo. A pesar de todo el caos no conseguía sacar de mi cabeza los pequeños detalles. Era muy complicado olvidar su mirada.

Cuando estuve bajo su cuerpo, a pesar de escuchar esa gran explosión, supe que nada me pasaría porque él me estaba protegiendo. Era un hombre imponente.

No podía negar que ardía en deseos de que la casualidad nos volviera a reunir, pero en mis fantasías, aunque me encantaba su traje de policía y como le quedaba, me imaginaba que nos encontrábamos en alguna cafetería o en el cine, una situación cotidiana que nos diera oportunidad de conocernos un poco mejor. Me parece que no tienes muy claro lo que es una fantasía.

Se me estaba yendo de las manos. Podía pasarme horas pensando en él y no eran precisamente pensamientos que pudieran contarse a menores de dieciocho años. Me tranquilizaba pensar que simplemente me sentía atraída por él. Era apenas normal, ese hombre era endiabladamente atractivo, cualquier mujer se giraría para mirarle, o al menos deseaba convencerme de ello.

Llegué a la conclusión de que tenía demasiado tiempo libre. Debía buscarme más hobbies o salir más con mis amigas. Hacer cualquier cosa que me mantuviera ocupada para no pensar más en tonterías.

Un golpe seco me sacó de mis pensamientos asustándome tanto que sin querer de mis labios escapó una especie de gritito ridículo.

Era mi padre que había dejado caer de forma brusca una de sus herramientas de trabajo. Venia del sótano, donde trabajaba fabricando esculturas y restaurando muebles antiguos. Por su cara y la manera de resoplar podía hacerme a la idea que ese no había sido su mejor día de trabajo.

–Es sábado, ¿No piensas salir? –se acercó al salón donde yo estaba a la vez que se despojaba del mono que se ponía encima de la ropa para no ensuciarse.

–No lo sé, no me han llamado.

– ¿Y por qué no llamas tú?

– ¿Tienes interés en que esta noche no esté aquí? –pregunté a la defensiva. Me dio la sensación de que intentaba deshacerse de mí durante la noche.

–Tan mal pensada como siempre. Te pregunto por simple curiosidad–su tono y su cara mostraban indiferencia, pero no terminaba de creerle. Se marchó hacía el garaje donde guardaba más herramientas de trabajo. Cuando era pequeña me contó para que servía cada una de ellas. No se podía negar que había puesto empeño en que me interesara por su negocio. Incluso cuando ya teníamos una edad con la que consideraba que si ponía cualquier herramienta en nuestras manos no acabaríamos rebanándonos algún dedo, nos invitaba a restaurar y crear figuras con él. Al principio era divertido, pero conforme fueron pasando los años mi hermano y yo encontramos hobbies más interesantes. A mi padre le costó aceptar que nos gustara más pintar con mi madre que meternos en su taller a tragar polvo, pero finalmente se dio por vencido, aunque no del todo.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora