Vuelvo a ser hetero. Cuando abrí la puerta y lo vi con el uniforme miles de cosas se me pasaron por la cabeza y ninguna buena. Estaba serio, me miraba con una expresión que no conseguía descifrar, parecía ser una mezcla entre preocupación y desconcierto. Intentó que nos fuéramos a otra parte, pero le aclaré que mis padres no estaban y tardarían en llegar.
Salimos a la piscina y en cuanto vi las tumbonas me arrastró hasta una de ellas. Se tumbó y abrió los brazos invitándome a que tumbara con él. Una sonrisa tímida escapó de mis labios, al ver que no aceptaba su ofrecimiento, por vergüenza más que nada, agarró mis manos y me tumbó junto a él. Apoyé la cara en su pecho y me rodeó por la cintura con sus brazos. Dejé escapar un largo suspiro. Aquello sí que era tranquilidad.
– ¿Estás bien? –me miró a los ojos a la vez que cogía mi mano izquierda con la suya y la acariciaba. El corazón me dio un vuelco ante su contacto tan suave y cariñoso, me podría haber derretido en ese instante.
Haciendo un tremendo esfuerzo le conté lo que había pasado, pero para que entendiera porque me dolía tanto, acabé contándole todo el calvario que había sido mi vida familiar desde la muerte de mi hermano. Me esforcé tanto por no llorar que no pude acabar de hablar por el nudo que se me había formado en el estómago, no podría haber pronunciado una palabra más sin derrumbarme.
–Ojalá hubiese estado aquí–alcé la cabeza para mirarlo. Rompí la poca distancia que había entre nuestros labios y lo besé, fue un beso cálido y tierno.
–Ahora lo estás–me apretó más contra su pecho, me dejé hacer y cerré los ojos disfrutando de la tranquilidad que me transmitía.
–Te ves tan frágil como aquella noche. En cuanto te vi, entendí que debía que protegerte.
–Por eso me perseguiste como un loco–dije irónicamente. Intentando que mi corazón no hiciera hincapié en sus palabras.
–No me refiero a esa noche–no entendía nada de lo que decía. Me acordaría si un hombre tan imponente como él se hubiese puesto con anterioridad en mi camino, aunque solo hubiese sido un segundo.
–La noche que murió tu hermano. Todos iban de un lado a otro, había sido un accidente bastante grave. Tenía intención de ayudar, pero entonces te vi, abrazada al cuerpo sin vida de tu hermano, tan frágil y sola–fue él, recordaba que un policía me había ayudado a levantarme del suelo y me había abrazado, pero apenas vi su cara.
–Fuiste tú quien me abrazó–susurré. Todo parecía tan surrealista e imposible de creer. Cogió mi rostro con las dos manos y limpió mis lágrimas.
–Por favor, no llores–dijo dándome un beso en la mejilla. Cerré los ojos y sentí sus caricias. –En cuanto te giraste y te vi, supe que eras tú, te habría reconocido entre un millón.
– ¿Por qué? –quizás mi pregunta era demasiado atrevida, pero a esas alturas... de perdidos al rio.
–No lo sé, pero podríamos averiguarlo–me miró con una sonrisa amplia y acercó sus labios a los míos, solo fue un simple roce cariñoso. Apretó un poco más pidiéndome que abriera la boca para él, su lengua invadió mi boca siendo suave e insinuante. Sabía cómo transportarme a otro lugar mucho más bonito y acogedor. Rodeé su cuello con mis brazos y lo acerqué a mí todo lo que pude, él me rodeó la cintura y me apretó contra su pecho. Inconscientemente cerré los ojos dejándome llevar por sus caricias.
Dejé de sentir sus manos y su boca sobre mi cuerpo, me sentí vacía y abrí los ojos para ver qué pasaba. Él me miraba con una sonrisa, consiguió sacarme los colores, me daba vergüenza que hubiese estado observando mi cara de orgasmo. Me sentí incluso un poco ridícula, quise bajarme de su cuerpo, pero no me lo permitió, me retuvo contra su pecho y me obligó a mirarlo a los ojos.
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Jugando con la ley
RomanceMi hermano murió. Desde ese día me dediqué a sobrevivir a una vida teñida de gris. Uno de esos fríos días, a altas horas de la madrugada, fui detenida por un policía y gracias a ello, por unos instantes recordé lo que era el orgullo. Como si la vida...