Capítulo 16. 2ª parte: Embarazada y volver.

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– ¿Qué pasa? – pregunté al instante de que guardara su móvil en el bolsillo del pantalón. No quería darle opción a mentiras ni a cambios de tema.

–Te has dado cuenta–era una afirmación desganada. –No quería decirte nada hasta que fuera seguro, pero me lo acaban de confirmar–evitaba mirarme a los ojos, lo que me hacía pensar que lo que tenía que decirme era más grave de lo que yo pensaba. No quería anticiparme, pero su silencio hacía que mi mente vagara libremente sin mi permiso.

Comenzaba a ponerme muy nerviosa, pero había decidido esperar hasta que comenzara a hablar, no sabía cuán difícil podría ser lo que tenía que decir para él, no quería presionarle, pero si no comenzaba pronto acabaría sin uñas.

Después de unos interminables minutos mirando al suelo, alzó la vista y me miró. Estaba muy serio, la misma seriedad que había empleado las primeras veces que nos vimos.

–Hace dos días atrapamos a un asesino–cada vez que hablaba de tipos peligrosos no podía evitar imaginarme sus rostros en mi mente, ojos sombríos, oscuros y pequeños, sonrisas horribles con la mitad de los dientes podridos, con cuerpos corpulentos marcados y tatuajes macabros. ¿Pero tú cuantas películas has visto?

– ¿Qué ha hecho? –no parecía convencido de contarme los delitos de un criminal, pero tras unos segundos comenzó a hablar.

–Mató a tres hombres cuando intentó robar un banco, no lo consiguió y tuvo que darse a la fuga. Le seguimos la pista, sabíamos que pronto daría otro golpe y así lo hizo. Robó una joyería, se llevó dos millones de euros en oro, además hirió al guarda para poder huir. Estábamos esperando a que diera un paso en falso, es decir, que intentara cambiar el oro por dinero en efectivo, ahí fue cuando lo pillamos.

Había gato encerrado, no me había contado que era lo que le acababan de confirmar por el móvil, que cosa le había puesto tan tenso.

Comenzaba a molestarme que pensara que era idiota, que conseguiría irse sin contarme cual era el epicentro de todo aquello.

–Daniel ¿Qué pasa? –dije endureciendo mi tono de voz. No quería parecer enfadada con él, pero estaba segura de que si me comportaba de un modo dulce y amable seguiría mareando el asunto hasta que yo me diera por vencida y consiguiera escabullirse de allí sin soltar la parte más fea del asunto.

–Dos asesinos están encerrados celda con celda, hemos decidido que será mejor no darles tiempo para idear ningún plan, por lo que vamos a trasladarlos a la cárcel de Madrid 2, de Alcalá de Henares-Meco. Mañana mismo a primera hora de la tarde. Yo soy uno de los encargados, junto con otros tres policías más y el conductor–se me heló la sangre.

Sabía que me estaba mirando fijamente esperando una reacción por mi parte, pero por más que lo intentaba no era capaz de salir de mi estado de shock.

Eran tantas las emociones que se habían agolpado tras sus palabras que no encontraba el método de expulsarlas.

Unas enormes ganas de llorar me inundaron, era imposible no tener miedo ante la situación, no se trataba de presos comunes, eran asesinos, criminales dispuestos a cualquier cosa con tal de conseguir su libertad, incluso a matar como ya habían hecho. Intenté con todas mis fuerzas no llorar, mantenerme fuerte, pero fui incapaz. Las lágrimas comenzaron a rodar sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Me sentía mal conmigo misma, lo último que quería era ponerlo más nervioso.

Sentí sus manos sobre mis mejillas, limpiando mis lágrimas con cuidado. Por sus actos, parecía comprender que la angustia me invadiera, y si él lo entendía quería decir que él mismo sentía miedo por lo que pudiera pasar.

–Solo es un traslado–no era tan tonta como para no darme cuenta que estaba intentando quitarle hierro a la situación para tranquilizarme, pero en realidad conseguía el efecto contrario ya que con su boca me decía una cosa, pero sus ojos no podían engañarme. No reflejaban miedo, pero si era obvio que intentaba pintar las cosas más simples de lo que en realidad eran.

Mi vida había comenzado a ser bastante complicada desde hacía unos años, pero tras conocer a Daniel y darme cuenta de la increíble persona que era y lo enamorada que estaba de él, las cosas cambiaron, de nuevo era una persona feliz pero como siempre algo salía mal.

–No es solo un traslado, son asesinos reincidentes. No intentes quitarle hierro al asunto porque no lo vas a conseguir.

–Te prometo que en cuanto llegué a Madrid y esos dos estén encerrados, te llamaré, pero si no lo hago mañana mismo no pienses mal, son trámites que se pueden alargar. Te prometo que te avisaré en cuanto todo este en perfecto orden–dijo intentando esconder una sonrisa que a mí no me hizo ninguna gracia. Me levanté de su lado dispuesta a irme a mi cuarto, meterme en mi cama y dormir, no le veía la gracia a todo aquello.

Sentí sus brazos alrededor de mi cintura, deteniendo mi paso hacia el interior de la casa. Intenté zafarme, pero no pude, me apretó aún más fuerte contra él.

–No te enfades, por favor. No quiero irme y que estés mal conmigo, puede que sea la última vez que me veas.

–¡Eres un imbécil! –me daba igual si mi madre me había escuchado o si mi padre ya había vuelto de su viaje en moto y también me había escuchado, era un imbécil y quería gritárselo mil veces más.

–Mi amor es una broma–intentó coger mis manos, pero se lo impedí, lo que no pude evitar fue que me acorralara contra la pared.

–No me gastes esas bromas–intenté sonar seria y enfadada cuando en realidad empezaba a ponerme nerviosa por tenerlo tan cerca.

–Lo siento ¿Qué puedo hacer para que me perdones? –comenzó a darme suaves besos por el cuello, en cualquier momento mis rodillas iban a empezar a temblar hasta flaquear. A veces me daba miedo darme cuenta del poder que ejercía sobre mí.

–Volver.

–Aquí estaré–no dijimos nada más. Después de unos minutos volvimos a nuestra tumbona donde estuvimos abrazados hasta que el sol se escondió y dio paso a la luna.

–Es tarde–se limitó a decir mientras continuaba con su frente pegada a la mía.

–Como se te olvide avisarme te juro que te arrepentirás el resto de tu vida–podía parecer una broma, pero no lo era para nada.

–No me asustes.

–No me provoques–sonrió en mis labios y me dio un cálido y largo beso antes de marcharse.

Creí firmemente que esa noche no nos dijimos te quiero, por no hacer de aquello una despedida, pues no lo era.

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