Miré el reloj, las diez de la noche. Su móvil llevaba apagado cinco horas, quizás fueran más pero no tenía modo de saberlo. No podía saber si se había quedado sin batería, si le habían robado el móvil, si no tenía cargador donde quisiera que estuviera.
Tampoco sabía llegar a su casa, me fijé en una ocasión en el camino, pero lo había olvidado por completo. Ni siquiera sabía si tenía teléfono fijo. A sus padres solo los había visto en una ocasión y tampoco sabía el teléfono de ninguno de los dos y mucho menos llegar a su casa que estaba a hora y media de allí.
Analizándolo, en realidad no conocía mucho de la vida de Daniel, él sabía bastante más de mí que yo de él.
– ¿Sabes donde vive?
–No.
– ¿No has estado nunca en su casa? –por cómo me miraba mi padre no parecía creerme.
–Si he estado, pero no recuerdo el camino.
– ¿Te comentó que las cosas pudieran alargarse o que tuviera que pasar unos días por allí?
–Si, pero no tanto.
–Quizás se alargó, los asuntos policiales son así. En realidad nunca sabes cuánto puede durar–no respondí. Por un lado, sabía que tenía razón, pero por otro, sabía perfectamente que diría cualquier cosa para que me sintiera mejor.
Tendría esa esperanza, me agarraría a que quizás había tenido que hacer algún tipo de papeleo o le habrían encargado otro asunto, pero tan solo esperaría un día más. Si en veinticuatro horas no recibía noticias de él, haría cualquier cosa por obtener información, sin importarme que pensara que era una neurótica porque probablemente, un poco sí que lo era.
Por si acaso, volví a marcar su número, pero como las dos veces anteriores, su móvil seguía estando apagado y le odiaba por ello.
Tenía tal agotamiento físico y mental, que apenas unos minutos después de apoyar la cabeza en la almohada de mi cama, caí rendida.
Esperé y esperé, pero en todo el día no recibí una llamada de él ni de nadie que me diera noticias de Daniel. Por la tarde me había atrevido a volver a llamarle, pero como las últimas veces el móvil seguía apagado.
Tres días, tres malditos días sin saber absolutamente nada. Ya estaba harta, no quería ir a ese lugar, pero era el único sitio donde me podrían dar información de él, no me importaba si tenía que poner el grito en el cielo, golpear a quien fuera, lo haría con tal de saber algo de él.
Mientras iba camino de la comisaria, intentaba concienciarme de que quizás no querrían darme tan fácilmente información de un agente de policía y que debía mantener la calma, e inventar cualquier excusa para que cedieran.
Aparqué cerca de la comisaria, pero no en sus aparcamientos. Antes de entrar respiré hondamente y me encaminé hacía la entrada.
Como de costumbre, no estaba demasiado lleno. Antes de hablar con nadie, analicé todas las caras, en busca de la que me diera mejor sensación.
No tuve paciencia y me encaminé hacía uno de ellos que estaba sentado en una de las mesas. Parecía estar bastante concentrado en su trabajo.
Me paré delante de la mesa sin saber que decir, él seguía mirando la pantalla del ordenador, no parecía haberse dado cuenta de mi presencia o directamente me estaba ignorando. Me sentí un poco ridícula y nerviosa sin saber muy bien que decir ni cómo actuar.
–Hola–fue lo único que se me ocurrió decir. El policía alzó la cabeza y me miró de arriba abajo.
– ¿En qué puedo ayudarla? –sabía muy bien lo que quería, pero no sabía como pedirlo.
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Jugando con la ley
RomanceMi hermano murió. Desde ese día me dediqué a sobrevivir a una vida teñida de gris. Uno de esos fríos días, a altas horas de la madrugada, fui detenida por un policía y gracias a ello, por unos instantes recordé lo que era el orgullo. Como si la vida...