Capítulo 2: Una no-oferta y una fantasía.

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Estaba en tensión, probablemente por eso actuaba como en una película. Puse las manos en alto y me di la vuelta lentamente para no hacer ningún movimiento brusco, lo que menos quería era que el agente pensara que iba armada y me friera a balazos. Tienes que dejar de ver películas policiacas.

–Queda usted detenida–me quedé petrificada. El corazón me latía a mil por hora. Mis brazos cayeron bruscamente al igual que mi boca. Tenía ante mí, al hombre más guapo que había visto en mi vida.

Vi como sacaba unas esposas, eso hizo que mi cerebro se pusiera en marcha, debía hacer algo.

– ¿Por qué agente? No he hecho nada malo.

–Le parece poco hacerme correr como un loco.

– ¿Puedo hacer algo para que me perdone? –dije intentando poner el tono de voz más inocente posible.

–Aunque estemos en un callejón oscuro, no me interesa–ese cretino había malinterpretado mis palabras, pero lo que más me molestó fue el desprecio con el que me hablaba.

–Por supuesto que no...–me tragué el insulto.

–No quiero nada suyo. Por esta vez la dejaré marchar, pero le puedo asegurar que la próxima no seré tan generoso.

–No habrá próxima vez–nos quedamos mirándonos por unos segundos. Sus ojos eran negros como la noche, podían sumergirte en un mar de oscuridad en unas milésimas de segundo sin que te dieras cuenta. Además, estaba segura de que debajo de ese uniforme se escondía el cuerpo de un dios. Su pelo era castaño oscuro con un corte normal. No parecía malgastar mucho tiempo en su peinado, al igual que tampoco debía hacerlo a la hora de afeitarse, no tenía una barba frondosa, pero sí de al menos unos cuantos días.

Anduve lo más rápido que mis piernas cansadas me permitieron, quería salir cuanto antes de aquel callejón, llegar a mi coche e irme a la casa para poder descansar y olvidar la última parte de esa noche.

Odiaba reconocerlo, pero en cierto modo mi padre llevaba razón. Mis amigos no salían de una cuando ya se metían en otra. Eran un poco conflictivos, pero buenos.

Prácticamente ya estaba amaneciendo. No conocía los horarios de mis padres, así que no tenía ni idea de si aún dormirían o ya andarían haciendo sus cosas cada uno por su lado.

Esperaba que la nueva actitud de mi padre no incluyera regañarme por llegar demasiado tarde y sin avisar. Ya era mayorcita para esas cosas. Había andado más camino del que ellos pudiesen imaginarse, incluso alguna vez había cogido algún atajo.

Entré con cuidado, intentando hacer el menor ruido posible, en realidad no sabía porque lo hacía. Se suponía que no me importaba lo que pensaran de cómo hacía y deshacía mi vida.

–Se te ha hecho un poco tarde ¿no? –escuché una voz a mis espaldas cuando estaba a punto de entrar a mi habitación.

–Según por donde lo mires, es pronto–contesté sin girarme. Debería haberlo hecho para haber podido contemplar la cara de mi padre reteniendo sus ganas de gritarme. Se mantuvo en silencio durante unos segundos, supuse que intentando buscar una respuesta que no diera paso a una discusión.

–Es cierto, en algunas ocasiones llegasteis más tarde–me tensé. No entendía con qué propósito me tiraba en la cara aquella bomba. Tampoco se lo iba a preguntar.

Dormí hasta la tarde, hubiese seguido durmiendo, pero un ruido de la calle me despertó. Me dolía un poco la cabeza, nada que no pudiera calmar con una pastilla.

Al mirarme en el espejo no pude evitar soltar un grito ahogado. Tenía un aspecto horrible, no me había desmaquillado antes de meterme en la cama. Como consecuencia de ello, tenía todo el lápiz de ojos corrido. Mi pelo parecía un pajar. Me costó un tremendo dolor quitarme todos aquellos enredos.

Jugando con la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora