kapitel sieben. (7)

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007.

Émile me miró de hito en hito cuando recibió la noticia. Sabía que estaría arriesgando mi trabajo al decirle que estaba embarazada y que tendría que dejar mi puesto dentro de algunos cuantos meses cuando mi embarazo estuviese más avanzado.

Dejarlo, al menos, por un tiempo, pero muchas veces las empresas no tenían consideración con las mujeres en la misma situación.

—¿Y qué piensas hacer? —Me preguntó juntando yema con yema cada dedo de sus manos, dando medias vueltas en su silla giratoria.

—Lo que tú quieras que haga, Émile. Eres mi jefe y... tú decides por mí.

—Verena, sabes que aquí eres indispensable. Eres de mis más grandes talentos y no quisiera que dejaras todas tus aspiraciones para ser madre —habló con serenidad. Mientras él se mantenía apacible, mi corazón no dejaba de latir a mil por hora. La vista casi se me nublaba gracias a la presión que sentía—. Me es necesario saber esto, ¿cuidarás a ese bebé tú sola?

—N-no, por supuesto que no. El padre se hará responsable en todos los sentidos. —Ni siquiera estaba segura de que aquella respuesta fuera real. Milen se había marchado a Viena hacía dos semanas y yo ya había perdido toda la esperanza en él. Siempre lo consideré uno de los hombres más responsables que había conocido.

—Me da gusto saber eso, aunque sabes que tienes el apoyo de muchos, incluyéndome. Sé que no necesitas a nadie, eres una mujer independiente y poderosa, por eso me gustaría ofrecerte este trabajo mientras puedas y encontraré a alguien que tome tu lugar el tiempo que necesites —explicó con una sonrisa. Émile me había aterrado tantas veces con tonos amables y ahora mi cabeza estaba por explotar—. ¿Estás de acuerdo?

—¡No puedo decirte que no! Te agradezco tanto que hagas esto.

—No tienes nada que agradecerme. Y, lo que dije anteriormente, es real. Cualquier cosa que necesites... Eres muy querida en Forbes San Francisco, Verena. Lo digo muy en serio.

Después de que mis latidos cardiacos volvieron a la normalidad, yo también regresé al trabajo.

Me di cuenta de que ya no necesitaba esforzarme tanto para concentrarme o para conseguir un buen artículo. Las ideas me brotaban tan naturalmente como orquídeas en primavera, y eso me hacía sentir muy feliz.

De eso se había dado cuenta Aspen, quien aún no estaba enterada de mi estado.

En realidad, sólo Milen y yo (y Émile) lo sabíamos. Todavía no sabía cómo decírselo a mi familia, mucho menos a la única amiga que tenía en la ciudad.

Y Volker. ¿Debía decirle? Estaba segura de que él no tenía nada que ver. Así no recordara nada de aquella fiesta, si algo hubiera pasado entre nosotros, probablemente nunca se habría esfumado de mis recuerdos. Quiero decir, era Volker.

Cualquier mujer que tuviera la oportunidad de estar con él era afortunada. ¿Quién querría olvidar algo así?

—Vreni, ¡es viernes de Smuggler's! —Aspen se asomó por la puerta de mi oficina, distrayéndome con su inigualable voz chillona.

—No tengo muchas ganas de salir hoy —le rechacé la oferta con una sonrisa y fingido desconsuelo.

—¿Y si te digo que yo invito?

Bueno, aquello habría sido diferente si mi vientre hubiera estado tan hueco como de costumbre. Tenía dos vidas creciendo dentro de mí, alimentándose de mí, compartiendo mi misma sangre.

Nunca rechazaba una buena copa de vino o algún trago de mezcal o de tequila, incluso podía darme la oportunidad de no detestar la cerveza.

—Lo siento, As.

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora