Capítulo cortito pero bonito. Disculpen la tardanza.
005.
El corazón me latía en las orejas. El pelaje de Kiwi me acariciaba los pies mientras el cachorro dormía. Sostenía entre mis dedos temblorosos la prueba de embarazo casera que me acababa de realizar hacía un par de minutos.
Estaba tranquila antes de ver el resultado. Regularmente mi periodo se retrasaba gracias al estrés constante que me provocaba el trabajo, y me confié. Pero ahora tenía aquella noticia frente a mis ojos. Mi pie derecho no dejaba de tamborilear contra el piso.
Gracias al cielo que Lenz y Hanne habían regresado a Düsseldorf hacía tres días o la situación habría sido muy diferente. Tendría el apoyo de mi cuñada y el de mi hermano, pero al menos el de la primera sería sin cuestionamientos ni reprimendas. No necesitaba eso.
El problema no era que estuviera embarazada, al contrario... Tenía una extraña sensación de felicidad en el pecho. Siempre quise tener hijos, lo admito, pero ahora mismo no era el mejor momento para tener a uno. Estaba pasando por una buena racha en mi carrera, lo tenía todo para mí, aún tenía planes de viajar por el mundo.
Mordí mi labio inferior hasta que sentí el sabor metálico de la sangre. Con la mano que me quedaba libre, tomé mi teléfono y marqué el número de Milen.
Respiré hondo esperando a que me respondiera. Él era un hombre ocupado, lo sabía, pero rogaba al cielo que atendiera rápidamente.
Tuve que llamarle al menos unas cinco veces antes de que descolgara.
—Vreni, ahora mismo no puedo hablar... —contestó con un susurro—. Estoy en una reunión. ¿Es urgente?
—Sí, lo es —carraspeé. Mi garganta se sintió tan pesada como cuando se forma un nudo en ella—. En cuanto te desocupes ven a mi casa, ¿sí?
—¿Quieres que vaya ahora?
—Quédate en tu reunión, el trabajo es lo primero —articulé intentando fingir tranquilidad. Al parecer lo estaba logrando—. Llámame cuando estés afuera.
Sin esperar a que respondiera, colgué. Empujé suavemente con el pie a Kiwi, quien estaba durmiendo plácidamente en el piso. Dejé la prueba en el baño de la planta baja y volví a mi recámara para recostarme.
Por más que quería recordar aquella noche en el apartamento de Volker, las únicas imágenes que volvían a mi mente estaban borrosas y había mucho tequila de por medio. También vodka. Todos estábamos muy ebrios, pudo haber pasado cualquier cosa. Volker me había ayudado a recuperar la estabilidad para poder continuar con la borrachera del año. Hacía mucho tiempo que no bebía tanto, y sabía muy bien por qué. En mis tiempos universitarios solía pasarme lo mismo, pero era la más responsable en cuanto se trataba de control natal.
Una lágrima rodó por mi mejilla y la limpié fugazmente. No había razones para llorar. No entendía si eran mis hormonas, si de verdad me emocionaba o me aterraba la idea.
Dos días atrás había concluido mi proyecto para la siguiente publicación de la revista. Émile la había recibido gustoso e incluso me felicitó. Esa noche festejé como se debía con Aspen, quien parecía necesitar también algo de distracción. Yo volví temprano a casa porque, curiosamente, me sentía fatigada. Sólo tomé un trago. ¿Habría repercusiones? Seguía divagando. Debía ir a la primera consulta lo más pronto posible.
Para distraerme un rato, continué la lectura de un libro que llevaba meses queriendo terminar, no por falta de interés sino de tiempo. Y eso era mucho más triste.
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Lo que harías por nosotros ©
ChickLit«Milen Goranov nunca tuvo intenciones de formar una familia, al menos no conmigo en el medio. Él era un egoísta y sólo pensaba en sí mismo... Y permití que me cegara con su encanto bien ensayado. »