kapitel vierzig. (40)

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NO ES EL FINAL.
040.

El juez nos permitió tener un descanso de media hora.

Cuando estuvimos en el pasillo, sentí que un nudo empezaba a formarse en nudo en mi garganta. Luché con todas mis fuerzas para que las lágrimas no salieran de mis ojos, y estos me escocían.

—Necesito un café —me excusé con Quentin y me dirigí al exterior del juzgado. El sol brillaba esa mañana, escuchaba a los pájaros cantores encima de los árboles, pero nada de eso podía darme algo de consuelo. Visualicé, al otro lado de la calle, un pequeño carrito de café, pero eso no fue lo que llamó mi atención.

Volker, como si nada, estaba ahí. Había ordenado algo para beber y estaba parado a un lado del carrito, leyendo algo en su teléfono con el ceño fruncido.

Era inevitable para mí pararme a su lado, así que lo hice. Mi cuerpo requería cafeína y no iba a impedírselo simplemente por no querer estar cerca de él.

Cuando terminé de ordenar mi capuchino con leche de soya, él pareció darse cuenta de mi presencia ahí. Me dispuse a girar sobre mis talones y volver lo más rápido posible al juzgado, pero me detuvo antes de poder hacer cualquier movimiento.

Su mano firme se posó sobre mi hombro.

—Verena, nunca quise hacer algo para lastimarte. Nunca fue mi intención herirte... de ninguna manera. Dios, actué mal, soy...

—Eres igual que él —le interrumpí—. Siempre hablaste mal de Milen y de sus actos. Por un momento te creí distinto, excepcional por encima de cualquier hombre, pero no. Eres lo mismo, pero con otra nacionalidad.

Y otro cuerpo, otra cara, otra sonrisa.

Se quedó pasmado por un momento, como sopesando mis palabras. Quise volverme, pero volvió a impedírmelo.

—Por favor, Volker, no quiero hablar contigo. Creo que ni siquiera deberíamos.

—En ningún momento quise que esto pasara.

—¿No? De acuerdo, tal vez lo del dinero no. Sé que el hospital y tus pacientes son lo más importante para ti, pero ¿qué hay de lo otro?

Volker parpadeó.

—Me mentiste. Nos metiste a todos en ese juego que sólo tú conocías. Me hiciste perder mucho tiempo, Volker. Y dinero, que es lo peor —resoplé. Me llevé el vaso de cartón a los labios y le di un rápido sorbo a mi café.

—Sé que nada de lo que he hecho puedo remediarlo.

—Estás en lo correcto.

—Te extraño, en serio lo hago. No soporto que los días pasen y no pueda saber nada de ti.

—¿También extrañas los cheques? —Rezongué. Volker me dio una mirada de irritación. 

—Hablo en serio, Verena.

—También yo.

Volker dirigió la mirada a la entrada de la Corte. Hice lo mismo para ver que Quentin hacía un movimiento de dedo sobre su muñeca, señalando su reloj.

—Tengo que irme.

—¿Podríamos hablar después? Otro día... O más tarde.

—¿Sabes? Ahora lo menos que tendré será tiempo. Milen va a consumir toda mi energía emocional, y lo que me quede quiero aprovecharla con mis hijas. —Solté.

—Lo entiendo.

Di dos pasos hacia atrás, alejándome de él.

—De él esperaba muchas cosas. Que me decepcionara o incluso que me hiciera caer en depresión. Que me empujara hacia la boca del lobo... ¿Y tú? Tú realmente me rompiste el corazón.

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora