kapitel dreizehn. (13)

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013.

Creí que Milen iniciaría la Tercera Guerra Mundial por una estúpida camiseta, pero en lugar de eso escuché cómo soltaba una carcajada. Era una risa real, de auténtica diversión. Volker también se rio, aunque no con las mismas ganas.

—Yo creo que es hilarante. —Expresó Milen.

—Sólo estoy jugando —añadió Volker. Extrajo de una bolsa de Ralph Lauren una camiseta negra y se la puso—. Quería molestarlo pero me salió al revés.

—Oh, perdonen, creí que el jardín de infantes lo habíamos dejado hace más de veinte años. —Les gruñí. Volker apretó los labios y luego dejó su equipaje cerca de nuestra mesa.

—Era cierto cuando hablabas de los cambios de humor. —Le dijo directamente a Milen mientras me estrechaba entre sus brazos.

—¿Perdona? —Cuestioné—. ¿Desde cuándo les gusta reírse de mis hormonas?

Milen negó suavemente con la cabeza y Volker me soltó.

—Si vamos a compartir paternidad, también tendremos que compartir algunas palabras de vez en cuando. —Farfulló el búlgaro con una sonrisa que intentaba calmarme.

—Y no es que hablemos a diario —se apuró a decir Kerr—. Me lo dijo cuando venía en camino para acá.

Me sorprendí, pero intenté ocultarlo. La verdad era que me agradaba ver a ambos conviviendo en paz y sin intenciones de agarrarse a golpes cada diez minutos.

Eso era bueno. Era bueno para mí, para los bebés y para ambos padres.

—Bueno —suspiré—, eh... creo que ya debemos irnos.

—¿Por qué piensa Lenz que vine? —Me preguntó Volker en un susurro.

—Simple placer de venir a verlos. —Le sonreí.

—No, tu hermano no es tan estúpido como lo pensamos —se rio—. Ha de sospechar.

—Y si no él, probablemente Hanne sí. —Habló Milen.

Yo me encargué de programar un Uber, y pedí específicamente uno grande porque lo que menos quería era sentarme a lado de uno de ellos.

No estaba de humor, a pesar de que unos minutos antes me sentía contenta y emocionada por lo que venía.

Al final, llegó una camioneta por nosotros. Milen y Volker se miraron entre sí, pero no cuestionaron mi decisión. Tomé asiento en la parte de hasta atrás, mientras que Volker se sentó en el copiloto y Milen optó por sentarse en el lugar frente a mí. Así cada quien tenía su espacio y nos librábamos de charlas incómodas.

Llegamos a la casa de mi madre aproximadamente a las cuatro de la tarde. Había perdido todo mi día en la estación de trenes y de pronto ya me sentía cansada.

Volker ayudó a meter el equipaje, y Milen me hizo apoyar en su mano para poder bajar.

Mi corazón se aceleró al saber que ya no había marcha atrás. Era todo, era el fin. Mi madre se enteraría y en mi cabeza giraban mil posibilidades de cómo iba a reaccionar.

—Cálmate, me estás poniendo nervioso también. —Susurró Milen.

—Y a mí. —Terció Volker.

Continué caminando y ambos fueron detrás de mí. Extraje la llave de mi pantalón, pues aun la conservaba y, como ya me esperaban, no sería raro entrar sin avisar.

Mi madre salió de la cocina con los brazos abiertos. Rápidamente Milen alcanzó mi abrigo y lo puso sobre mis hombros. Seguía solamente con el suéter y podía notarse mi vientre. Reprimí una risita y presioné su mano para agradecerle el gesto, al mismo tiempo en el que le devolví el anillo que se resbalaba levemente de mi dedo.

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora