kapitel neunundzwanzig. (29)

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Milen

Salí de la UCI casi a las seis de la tarde

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Salí de la UCI casi a las seis de la tarde. Gracias a Volker había conseguido una hora y media más para estar con las bebés. La unidad había dejado de recibir visitas a las que consideraban como innecesarias. Me deshice de la bata, el cubre bocas y los guantes con ayuda de una enfermera, y a paso rápido me dirigí a la cafetería, en donde me esperaban Yordana y Eva.

Nos habíamos acostumbrado a estar en el hospital. Dormíamos, comíamos y a veces hasta tomábamos duchas ahí. En ningún momento la habitación de Verena se quedó sin vigilancia. Yo tenía que quedarme a cierta distancia porque eso era lo que ella había pedido.

Mis dos hermanas estaban sentadas en una de las mesas al fondo. Sus vasos con jugo verde estaban a medias y sus platos ya se hallaban vacíos.

—Te guardamos la cena, Mil. ¿Tienes hambre? —Me preguntó Yordana acariciando maternalmente mi cabello—. Te ves cansado.

—Gracias. Y no lo estoy —alejé su mano con la mía y no pareció tomarlo muy bien—. No es cansancio, es...

—Estás preocupado. —Interrumpió Eva.

—Por supuesto que lo estoy. Es Verena, son... son mis hijas. —Decirlo todavía sonaba de otro mundo para mí.

Ellas compartieron una mirada de complicidad. Eva hizo a un lado su plato vacío para reacomodarse y apoyar los codos sobre la mesa.

—Deberías reconsiderar toda esa locura del juicio, Milen. Entiendo que quieras dar por sentado que tienes una familia y que no te podrán alejar de ella, pero estás viendo cómo están las cosas aquí —habló con tanta rapidez que, gracias a su acento todavía muy marcado, apenas pude comprender su inglés—. Verena no está en el estado más conveniente para que empieces a meterla en todas esas cosas por las que no debería estarse preocupando. Suficiente tiene con saber que sus recién nacidas están pasando por peligro.

—Al igual que ellas no tiene buena salud —continuó Yordana—. Sabemos que no eres un imbécil, pero estás actuando como uno. Parece que no tienes ni un poco de empatía por la madre de tus hijas. Ella está sufriendo tanto como tú... Y más.

—No pretendo iniciar un juicio con las cosas como están —expliqué sinceramente. De pronto mi apetito se había esfumado—. Sólo que me gustaría que ella... Que ella...

Te gustaría, te gustaría, quisieras, tú quisieras... —Canturreó Eva—. Por dios, esto no se trata de ti. Nada de esto es sobre ti, hermano. Tú no importas en este momento —levantó una mano antes de que yo pudiera siquiera hablar, justo como lo hacía mi madre—, y no, no me interrumpas. Suena horrible, lo sé, pero nadie está aquí por ti. Todos estamos aquí por Verena, por Marlene y Viktoria, no por ti. Tú serás su padre pero yo te veo muy bien de salud.

—Verena sufrió un paro cardiaco. ¿Te das cuenta de la gravedad del asunto? ¿Puedes siquiera ver más allá de lo que tú sientes y de cómo te encuentras? —Yordana me picoteó la frente con su índice huesudo y me alejé a regañadientes—. Tuvieron que inducirla en un coma para que deje de pasar por tanto estrés.

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