041.
Con el paso de los días, mi compañía más frecuente eran Marlene, Viktoria, Kiwi y Riley, una chica del vecindario que se había ofrecido como niñera ocasional. La conocí en una tarde como cualquiera, antes de dirigirme al pediatra. Estaba batallando con los cinturones de seguridad de las sillas para bebé y de pronto estallé en lágrimas. No porque realmente fuera una tarea difícil, sino que mis hormonas seguían muy disparadas. Algo no podía salirme mal porque dos segundos después ya estaba llorando.
Riley tenía diecisiete años y estudiaba el último año de la preparatoria, entonces mi casa en algún momento se había convertido en una estancia infantil cuando ella estaba en casa. La adoraba porque mi vida se hacía mucho más fácil. Se quedaba de vez en cuando a cenar, me ayudaba a limpiar y se marchaba a casa pasadas las ocho. Me aseguraba también de que llegara a salvo.
—Linda, mañana no será necesario que vengas. Por la mañana tenemos una reunión en Kinderhaus y en la tarde iremos con el pediatra... —le anuncié mientras me ataba el cabello en una coleta para después servir chocolate caliente en dos tazas.
—¿Y por fin tendrás una cita con él? —Añadió entre risitas, haciendo que Viktoria hiciera lo mismo y pataleara como si entendiera las últimas palabras de Riley.
—No, por Dios, no —solté avergonzada—. En mi vida he tenido suficiente con los doctores.
John Parker era el pediatra recomendado por la doctora Levine. Apenas habíamos tenido cuatro consultas, pero parecía llevarse muy bien con las niñas. Más con Marlene, a pesar de que su carácter era más bien reservado. Viktoria, por otra parte, era más parlanchina y se reía por todo.
No sé por qué había tenido tanta suerte al encontrarme con profesionales de la salud tan bien parecidos, pero definitivamente John y yo no teníamos nada en común.
—Creo que si te lo propusieras, lo lograrías. Eso siempre me lo dice papá —Riley se encogió de hombros y recibió la taza que le tendí. Marlene estiró los brazos para que la cargara.
—¿Te he hablado del doctor Meinhardt, Riley?
—Por supuesto. —Los ojos le brillaron tanto que pensé que le saldrían estrellitas como en las películas animadas.
—Pues precisamente por él no tengo ningún interés en conocer más a fondo al doctor Parker. No estoy... preparada.
Marlene empezó a jugar con los pequeños cabellos que no lograron juntarse en la coleta.
Después de decir aquello, me quedé pensando durante unos minutos qué tan sano era compartir mi vida privada con una niña a la que apenas conocía. Quiero decir, claro que confiaba en ella, pues podía dejarle a mis hijas sin problema alguno. Eso me hizo dar cuenta que necesitaba hablar con un adulto sobre mis problemas... de adulto.
Después de que nos termináramos el chocolate caliente y Riley me hablara acerca de sus amigas, ella se fue. Eran apenas las siete pero yo no me sentía tan cansada, y quería que llegara con sus padres a cenar.
Logré que Marlene se durmiera a las ocho y media, pero Viktoria dio batalla por casi dos horas más. No importaba, ya habíamos pasado por eso.
La llevaba lejos para que no despertara a Marlene. Jugaba con ella para cansarla en la sala de estar, y si no funcionaba la ponía en la silla del auto y le daba una vuelta al vecindario. O dos, o tres, o las que fueran necesarias para que pudiera pegar el ojo. Daba un par más hasta estar segura de que ya no despertaría.
Volví a casa y me di un baño. Me hice una limpieza facial profunda y terminé de leer uno de los borradores que Émile me había enviado para revisar.
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Lo que harías por nosotros ©
Romanzi rosa / ChickLit«Milen Goranov nunca tuvo intenciones de formar una familia, al menos no conmigo en el medio. Él era un egoísta y sólo pensaba en sí mismo... Y permití que me cegara con su encanto bien ensayado. »