kapitel acht. (8)

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008.

El tiempo no pasó tan rápido como me hubiera gustado. A partir de la novena semana, yo estaba muy inestable tanto física como emocionalmente.

Mi vientre había crecido un poco y ya se notaba el embarazo por encima de cualquier prenda que yo usara. Mis pantalones comenzaban a quedar un poco más ajustados, pero lo suficiente como para todavía resistirlos.

No podían pasar dos horas sin que las náuseas estuvieran presentes en mi cuerpo, aunque aún podía tolerarlas.

En cuanto a los antojos, mi vida estaba girando alrededor de la comida oriental y un poco de la italiana. La pasta y el sushi eran mi debilidad. Eso último era totalmente extraño pues el pescado crudo y yo nunca nos habíamos llevado tan bien... Hasta ese momento.

Aspen se había ofrecido a llevarme a comer la tarde del martes veintiséis de julio. Ella ya sospechaba, y la ropa que utilizaba ese día hacía más obvio el asunto. Había optado por usar vestidos más ligeros y mi pretexto era que no soportaba el calor.

En parte, era verdad.

Ella me miró de reojo mientras yo releía el menú por tercera vez.

—No sé cuánto tiempo más quieres seguir ocultándome lo evidente —volteó los ojos para sí y cerró la carta, dejándola a un lado sobre la mesa—. ¿De quién es tu bendición?

—De Milen —suspiré. En definitiva mi apetito se había esfumado. También cerré la carta y apoyé los codos en el mantel color crema.

—¿Por eso se fue?

—No tengo idea, la verdad. Él dijo que volvería para la prueba de paternidad.

—¡Qué imbécil!

—Lo comprendo, As. Me embaracé la noche en la que Volker dio su fiesta de cumpleaños.

Aspen ya tenía la mandíbula por los suelos.

—O sea...

—Estaba muy ebria como para recordar a estas alturas lo que sucedió —solté. No me daba mucho orgullo admitirlo, pero era la realidad. La estúpida realidad.

—Bueno, deberías considerar también a Volker, ¿no lo crees?

—Por supuesto que no —bufé—. A él no lo golpeó tanto el alcohol como a mí. Todavía recuerdo que me cuidó y... mierda, hasta me hizo vomitar para que me sintiera mejor y pudiera volver a la fiesta.

—Eso es... asquerosamente romántico —tenía una mueca graciosa en el rostro, como de asco, lo que me hizo reír—. Aun así, Vreni, deberías hacerme caso. ¿No lo consideraste ni por un minuto?

La verdad era que no. Ni siquiera podía visualizarnos a Volker y a mí... de ese modo.

—Él se puso muy raro cuando le dije. Bueno, se dio cuenta porque...

—Porque es médico —refutó.

—Evidentemente.

—¿Raro en qué aspecto?

El chico que nos atendería apareció en el momento preciso. Iba más sonriente que cualquier camarero presente y, de pronto, se puso nervioso. Supe que era por Aspen, sobre todo por cómo la observaba y ella agitaba sus pestañas sin esfuerzo alguno.

—Buenas tardes, señoritas, ¿están listas para ordenar?

—Sí, eh... Me gustaría una espaldilla de ternera con salsa española y patatas, por favor —pidió Aspen—. Y una copa de Enate Chardonnay.

—Por supuesto —asintió y se giró para observarme—. ¿Para usted?

—Un vaso con agua, gracias.

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