kapitel zweiunddreißig. (32)

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032.

7 días más tarde.

Milen y yo regresábamos del hospital. Habíamos conseguido turno matutino para nuestra visita a la UCI neonatal. Estuvimos casi dos horas, pude amamantar a Viktoria, pero Marlene todavía tenía problemas para hacerlo. Milen les cantó, las abrazó tanto como pudo y yo hice lo mismo al final. Añoraba estar con ellas y al mismo tiempo no podía soportar estar ahí, rodeada de sondas, agujas y monitores. Lo último que hice fue besarles sus cabecitas a ambas y murmuré una plegaria, más para mí que para alguien más. Yo no era muy creyente de ninguna religión, pero en tiempos difíciles me gustaba saber que había algo o alguien con más fuerza que yo. Con más fuerza que nadie.

El camino hacia casa estaba siendo callado y bastante aburrido. Conecté el iPod de Milen a la bocina de mi auto y dejé que el aleatorio nos ambientara. LOVE. FEAT. ZACARI. de Kendrick Lamar fue la primera canción en la lista de reproducción. Enarqué una ceja, divertida, y giré la cabeza hacia él con cierto aire de burla.

—¿Qué? —Cuestionó con una risita volteando a verme fugazmente para regresar la mirada a la calle.

—No pareces el tipo de persona que escucha a Kendrick Lamar.

—Verena... —Añade haciendo presión con sus manos alrededor del volante—. Hay muchas cosas que no sabes de mí.

—Eso es obvio. Empezando porque no sé ni qué tipo de música te gusta —me tomé la libertad de echarle un vistazo al resto de la lista—. Miguel, Jalen Santoy, Roy Woods, Travis Scott... —enumeré—. Definitivamente no pareces ese tipo de hombre. Pensé que no salías de la música clásica.

—¿De verdad eso creías? —Se rio nuevamente—. Soy de todo un poco.

—Aunque la mayoría de estas canciones parecen estar hechas para el acto sexual, también creo que eres un romántico.

—Lo soy —carraspea—. Cuando dejo a un lado mi imbecilidad, puedo ser un hombre romántico. Creí que eso lo sabías.

Pero en ese momento todos sus gestos posiblemente románticos se esfumaron de mi cabeza. Si había habido algunos, no podía recordarlos. Yo sólo pude pensar en cuando me entregó el anillo de compromiso de otra mujer para luego aparecer con ella presentándola como su abogada. O cuando dijo que él no quería una familia, que jamás lo quiso y nunca lo querría.

—Tal vez. —Me removí en el asiento con incomodidad. Rasqué mi muslo por encima de los jeans negros e hice bailar los dedos sobre la tela, ansiosa por llegar a casa de una buena vez.

—¿Tienes hambre? Pensé que podríamos ir a almorzar algo.

—Yo... ya quedé con Aspen. Irá por mí en una hora.

—De acuerdo. —Farfulló más tarde.

—Lo siento.

Milen no dijo una palabra más.

Cuando dimos vuelta en mi calle, sentí que por fin pude respirar. Aparcó el auto afuera de mi casa, se desabrochó con rapidez el cinturón y a paso rápido rodeó el auto para abrirme la puerta. Me tendió su mano y la acepté para poder bajar. A pesar de que habían pasado varios días desde la cesárea, la cicatriz todavía me molestaba. Por supuesto, me habían cortado la piel, los músculos del vientre y luego el útero. El sólo recordarlo hacía que sintiera una punzada, como si fueran cólicos.

Con las manos entrelazadas, Milen me ayudó a subir las escaleras del porche y a entrar al vestíbulo. Dejó mis llaves sobre la mesita del recibidor junto con su móvil.

—Iré a tomar una ducha —le anuncié.

—Estaré aquí por si necesitas algo.

Le agradecí con la mirada y subí las escaleras, todavía con cierta dificultad. La herida me ardía y me regañé mentalmente por hacer tantos esfuerzos innecesarios. Cuando llegué a la planta alta, no me fui directamente a mi habitación. Abrí la puerta de la recámara de visitas, que ahora sería el cuarto de las gemelas, para encontrarme con la bonita imagen que me habían regalado Volker, Eva y Yordana días atrás. Se las habían arreglado para terminar de pintar las paredes, comprar muebles nuevos y hasta juguetes. Sacaron todo de sus cajas y lo adaptaron para recibir a las bebés cuando fuera necesario. Había estrellas fluorescentes decorando la pared más grande y dos móviles colgaban sobre la cuna de madera blanca. El lugar, claro está, olía a aceite de bebé, estrujándome el corazón al recordar que no las tendría en casa hasta después de un mes... Si las cosas salían como debían.

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