kapitel zehn. (10)

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010.

Un día antes de partir hacia Alemania, mis nervios estaban apoderándose de mi cuerpo. Milen, ante todo, se preocupaba por mantenerme al margen y también, aunque le había pedido que no lo hiciera, cuidaba de mí como si fuera una niña de tres años.

Él no estaba trabajando por el momento, así que en las mañanas se encargaba de preparar mi almuerzo y, por las tardes, preparaba la cena antes de que yo llegara a casa.

La situación no era para nada de mi agrado. Nuestra cuasi relación estaba pendiendo de un hilo y todo era por él.

Eso y el hecho de que estaba ocultándole algo muy grande sobre mi embarazo.

Eran casi las siete de la noche. El sol se estaba poniendo y yo había decidido anidar en el sofá frente a la televisión. Mi salud se estaba deteriorando y yo sentía que moriría en cualquier momento. Al pensar en la gestación nunca creí que me iría tan mal.

—¿Necesitas otra cosa? —Me preguntó Milen después de colocar una frazada sobre mis pies fríos.

—No, gracias... Sólo unos minutos más y subiré a hacer mi maleta —le sonreí forzadamente.

—Puedo ayudarte con eso.

Me limité a fruncir el entrecejo. Se me hacía muy extraño que él estuviera tan servicial, pero era nada más porque se sentía culpable de haberme dejado sola esas últimas semanas.

—Yo lo haré —solté.

—De acuerdo. Entonces yo iré a empacar de nuevo. Cualquier cosa, me dices.

Asentí en silencio.

Yo era una persona muy orgullosa, y el tener que necesitarlo a él (sobre todo a él) me dañaba el ego.

Una media hora más sin ponerle atención a la televisión y decidí apagarla. Subí las escaleras con algo de trabajo y, cuando me di cuenta, estaba sosteniendo mi vientre como si realmente pesara.

O solamente porque la idea de estar embarazada comenzaba a penetrar mis pensamientos por completo.

Guardé en mi valija de mano dos camisetas holgadas, un par de pantalones ajustados que aún me quedaban y cuatro mudas de ropa interior. Mi neceser lo guardaría al día siguiente después de ducharme.

Me sentía como si hubiera tardado dos horas en empacar, pero sólo habían pasado unos quince minutos. Resoplé por lo patético que me parecía eso y me tiré en la cama bocarriba.

Casi dos segundos después de ese último movimiento, mi móvil sonó en el interior del bolsillo de la batita de maternidad que utilizaba ese día. Milen me había regalado varias y había añadido que me veía «realmente encantadora».

Era Klaus, el amigo de Aspen.

—Hola, chiquilla, ¿cómo te encuentras hoy? —Cuestionó con voz cantarina que me hizo sonreír al instante.

—Ahora mismo agradezco que no puedas verme —reí—. Creo que son los nervios por mañana, es todo —suspiré.

—Oh, sí, Aspen me comentó que te irás a Düsseldorf con tu baby daddy —añadió con sorna. Al parecer le agradaba Milen tanto como a mí—. ¿Cómo llevas eso?

—Estoy sopesándolo apenas. Aunque, te diré, ha sido de mucha ayuda.

—Me alegra que no se comporte como un cretino, Vreni. Sabes que si necesitas algo puedes decírmelo.

No sabía si eran mis hormonas o de repente todo el mundo parecía muy amable conmigo. Incluso su tono de voz se escuchaba más suave de lo habitual.

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora