kapitel sechzehn. (16)

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016.

—Necesitaba tiempo para pensar. —Dijo al momento de apagar el motor frente a mi casa.

—No te pregunté nada.

Milen suspiró. Quería forzar un momento para el cual no estaba preparada. Me sentía débil porque no había comido desde hacía horas y lo único que quería hacer era dormir. No estaba de humor para discutir sobre nosotros.

Vi mi auto ya aparcado en su lugar. Aspen se habría regresado en un taxi que, por supuesto, le pagaría después.

—Les he dicho a mis hermanas que no es necesario que vengan... Después de todo, creo que no hay un motivo.

—¿Querías que vinieran a celebrar el compromiso?

Sus labios se volvieron una fina línea. Asintió.

—Sí, por decirlo de alguna manera.

—¿Ellas saben que hicimos esta prueba?

Negó en silencio.

—Creo que debí decírselos desde el principio, ¿no?

—Hubiera sido la mejor opción. —Me reí.

—Como sea, Eva era la más ilusionada,  a ella le encantan los niños. Trabaja en una guardería desde hace varios años —me dijo con una sonrisita en el rostro—. Por otro lado, Yordana es una socialité. Es más fría, pero sé que en el fondo de su corazón le gusta la idea de ser tía. —Su semblante cambiaba cuando hablaba de sus hermanas, todo su rostro expresaba una sola cosa: orgullo.

Hablamos un rato más sobre ellas hasta que Milen comprendió mi gesto de cansancio.

Cuando estuvimos en el interior de mi casa, me ayudó a instalarme en mi cama y me dejó una comida ligera sobre la tablita de servicio, colocada en mi mesa de noche.

Kiwi, el pastor alemán al que había abandonado emocionalmente hacía varias semanas, se había recostado a mis pies y tenía su cabecita apoyada en mi rodilla.

—Cualquier cosa que necesites, llámame. Me voy a hospedar en el Monte Cristo Inn.

—De acuerdo.

—¿Puedo preguntarte...?

—Guardé el anillo bien, como es debido. No lo tiré a la basura. —Le dije sin mirarlo.

—Gracias.

—Claro.

—¿Piensas cambiar de opinión?

Resoplé porque su pregunta era absurda.

—¿Recuerdas cuando te di la noticia?

—Por supuesto...

—¿Qué fue lo que me dijiste?

Se quedó callado con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

—Me dijiste felicidades, y luego me recordaste que no tomarías ninguna responsabilidad.

—Dije que no la tomaría hasta estar cien por ciento seguro, y luego me diste un golpe que no dejó de dolerme hasta después de dos días.

Me felicité mentalmente. Cuando llegué a San Francisco, lo primero que hice fue tomar clases de defensa personal y nunca había necesitado ejercer mi aprendizaje hasta esa noche. Milen me había enfurecido con su mirada de reproche y su mirada acusadora.

—Todavía no estás seguro al cien y ya me pediste matrimonio. Ya me pediste formar una familia contigo, ¿qué es lo que te pasa? ¿Qué es lo que sientes por mí, Milen? ¿Es sólo la necesidad de saber que algo te pertenece?

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora