kapitel achtundzwanzig. (28)

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Viktoria y Marlene Kassmeyer-Goranov nacieron al mediodía del 25 de noviembre. Cada una pesó poco más allá de un kilo con cien gramos. Viktoria, la primera en nacer, midió cuatro centímetros más que su hermana, quien medía 32 centímetros. Ambas seguían siendo muy pequeñas y estaban muy frágiles como para vivir fuera del vientre de su madre.

Por eso, en cuanto la doctora Levine las tuvo a las dos afuera, me regaló solamente un minuto con ellas. Luego, tuvo que quitármelas para llevarlas a las incubadoras.

Cerraron la herida de la cesárea y volví al ala de recuperación. Me sentía agotada, tenía un dolor agudo en el vientre y, al mismo tiempo, sentía como si me hubieran arrebatado algo de las manos sin poder evitarlo.

Cuando desperté de la siesta que había tomado gracias a los analgésicos, mi habitación parecía otra. Había globos de helio rosas decorando todo el lugar. Alguien me había llevado flores y un oso de peluche tan grande que podía medir lo mismo que yo.

Debido al gran silencio que había en el cuarto —a excepción del monitor de frecuencia cardiaca—, pude escuchar lo que sucedía afuera. El típico movimiento de hospital no fue lo que llamó mi atención, sino las voces que hablaban muy cerca de la puerta.

Y las conocía a la perfección.

—Hizo todo esto sólo para llevarme la contraria.

—¿La contraria? Creí que habías dejado que ella tomara las decisiones.

—Pero ya habíamos acordado que esperaríamos un par de meses más.

Volker guardó silencio por un momento.

—¿Y qué piensas hacer? Tus hijas están bien, maldita sea, es lo que importa. Alguna de ellas o incluso Verena pudieron haber sufrido algo peor... ¿No te importa eso? —Hubo un hueco en el que ninguno de los dos habló. Ni siquiera podía imaginarme las caras de ambos—. No, por supuesto que no. Lo único que te importa es tu derecho de paternidad. Verena no te importa un carajo, sólo lo que puede darte. Y me refiero a las niñas.

Dos segundos después, abrieron la puerta de la habitación. Eso fue en silencio porque creyeron que aún estaba durmiendo.

Esperaba encontrármelos a los dos, a pesar de que había pedido expresamente que no dejaran entrar a Milen una vez más al hospital, o al menos no al ala en la que yo me encontraba. Sin embargo, Volker entró solo.

—Hola, bella durmiente —agregó como si nada. Me sonrió, se acercó a los pies de la cama y encendió la tablet que llevaba en sus manos. Estaba leyendo mi expediente—. Te ves muy bien, te estuvieron administrando analgésicos pero quería asegurarme de que ya no los necesitas...

—Me duele un poco la herida, es todo.

Volker levantó una ceja en mi dirección.

—¿Cuánto tiempo llevas despierta?

—El necesario. Los escuché...

—Lamento eso. No el que nos hayas escuchado, sino el que Milen haya estado aquí. Sé que habías pedido que no se acercara, pero Eva...

—No me digas nada. El caso es que no quiero verlo, ¿sí? Y, por el momento, tampoco quiero que vea a las niñas, que por cierto... ¿A qué hora podré estar con ellas?

—Iré al pabellón de cuidados intensivos y yo mismo te las traeré. Y, Vreni, respeto tu decisión, pero ¿crees que sea la mejor? Él podría usar esto en tu contra.

Respiré hondo y al dejar salir el aire por la nariz, sentí que mis fosas quemaban. Volker estiró su mano para frotar mis piernas sobre las sábanas. Le agradecí con una sonrisa.

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