kapitel neununddreißig. (39)

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039.

Un segundo mensaje de Volker hizo resonar mi bandeja de entrada.

"Verena, por favor déjame hablar contigo."
"Sé que hoy es la audiencia con Milen."

Resoplé al ignorarlo. Llevábamos semanas sin hablarnos, sobre todo porque no tenía ni un ápice de ganas de verle la cara o escuchar su voz. Con saber que había jugado conmigo y con mi tiempo, era suficiente para no desear saber de él.

Guardé el documento que tenía que editar esa mañana. Llevaba casi cinco páginas corregidas para que posteriormente fueran publicadas. Solté un suspiro al momento de cerrar la laptop. Extrañaba escribir mis propios artículos y eso me incomodaba, pero el papel que siempre había jugado en Forbes era el de editora.

Ojalá hubiera tenido la oportunidad de publicar antes de embarazarme de mi publicista, pensé. Reí para mí y alguien llamó a la puerta de mi oficina. Émile se había recargado en el marco, observándome.

—¿Te encuentras bien?

—No mucho, la verdad. Hoy tengo...

—Lo sé, me lo comentó Aspen en la noche —se rascó la nuca y frunció los labios hacia los lados—. Sé que nuestra relación se limita a lo profesional, Verena, pero conociendo algo de tu historia... Yo podría ayudarte. Quiero decir, si necesitas de algún testigo o algo parecido —expresó. Su acento francés me distrajo por un momento.

—Gracias, Émile. Lo aprecio mucho.

Él leyó su reloj de muñeca, tal vez sin saber qué decir.

—¿A qué hora es tu audiencia?

—Nueve treinta. —Pasé mi huella dactilar por la pantalla de mi teléfono y éste se encendió, mostrándome la hora. Quince para las nueve.

—Es mejor que te vayas ahora.

(...)

Alisé los pliegues de mi falda estampada mientras los tacones repiqueteaban en la madera a cada paso que daba. Llegué al Civic Center Courthouse con quince minutos de ventaja.

—Buen día —saludé a la recepcionista con una sonrisa y ella hizo lo mismo—. Vengo al... Departamento de Ley Familiar.

—¿Con qué juez?

—Victor Hwang —respondí con la voz temblorosa.

—¿Necesita ocupar alguna sala de espera para niños?

—No, no vienen conmigo.

Aspen, nuevamente, se había ofrecido a cuidar a las bebés. Estaban acostumbrándose a ella como parte de la familia, y yo no podía sentir más tranquilidad. No había nadie más cercano a nosotras.

—Cuarto piso —articuló sin decir más, y agradecí con un gesto silencioso.

Cuando llegué al descanso de las escaleras, visualicé a Quentin sentado en una de las bancas del corredor. Había cuatro puertas, dos a cada costado, y en una de ellas leí Juez Victor F. Hwang.

Quentin se levantó al verme y corrí a él para darle un abrazo. Claramente éramos familia lejana, pero en ese momento más que nunca necesitaba ese apoyo. El gesto duró poco porque no sería muy bien visto que clienta y abogado estuvieran abrazándose.

—¿Cómo te sientes? ¿Descansaste bien anoche...? —Sus ojos demostraban legítima consternación.

—No, apenas pude dormir unas dos horas. Ellas..., no lo sé, pueden sentir mi tensión.

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