kapitel vierunddreißig. (34)

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Me eché un último vistazo en el espejo. Habían pasado cuatro meses desde el parto y la difícil recuperación, tanto física como emocional. Había logrado salir del hoyo negro en el que me encontraba y por fin decidí hacer algo por mí. Aspen me había regalado un vestido azul con lunares blancos de tirantes, y ese día lo usaba sobre un suéter negro de manga larga.

Después de ir al hospital por las mañanas, me había apuntado en el gimnasio para activarme de cierto modo, también dejando implícito mi deseo por recuperar la figura que tenía antes del embarazo. Corté mi cabello, arreglé mi flequillo y también aclaré algunas partes de mi cabello para darle luz a toda mi cara. Me sentía bien, y quería demostrarle al mundo que así era.

Recibí a Marlene y Viktoria unos dos días atrás. Volker y la doctora Levine nos habían dado autorización para el alta y no dudé ni un segundo en llevarlas a casa.

Una vez que terminé mi momento frente al espejo, mis ojos se dirigieron instintivamente al móvil que descansaba en el tocador. La mano me tembló cuando quise tomarlo. Tenía esta tentación sofocante de escribirle un mensaje a Milen para que supiera ellas estaban afuera, que estaban sanas y en casa, pero una vocecita terca en mi cabeza me gritó que no lo hiciera. Que él ya se había ido. No se despidió, no dijo nada. Simplemente llegó el día en el que Eva apareció sola en mi casa, sin Yordana, para avisarme que sus hermanos habían regresado a Bulgaria la noche anterior. Y de eso ya habían pasado dos semanas. Ella se quedaba por Volker y nada más.

Y, bueno, ahora me encontraba sola. Mi madre y Lenz habían vuelto a Alemania también, y sólo me quedaba la ocasional visita de Aspen o de Volker.

Los primeros días de estar sola con las niñas fueron... difíciles. Yo lloraba cuando ellas lo hacían, y eso ya era mucho decir. Incluso pasé casi 48 horas sin tomar una ducha. Me sentía sucia, asqueada, desesperada y con un dolor increíble en los pechos. Era normal con la lactancia, y nadie me dijo nunca lo difícil que sería la doble maternidad y, sobre todo, siendo soltera. Yo sabía que sería complicado, que habría noches sin dormir y aparecerían esas ganas repentinas de tirarme por la ventana.

Pero todo esa neblina de desasosiego se evaporaba cuando Marlene y Viktoria me sonreían. Cuando no lloraban y lograba hacerlas reír. Cuando las tenía conmigo en la cama y Viktoria se llevaba los pies a la cabeza mientras Marlene la observaba detenidamente, sus ojos brillándole con ternura y sorpresa.

Intentaba no preocuparme de más por ella. Sabía bien que el asma aparecería, pero no exactamente cuándo. Los doctores dijeron que los síntomas podrían empezar a partir de los 3 o 4 años, pero nunca era nada cien por ciento seguro.

En fin, mi vida se había vuelto un mar de mantas de conejitos y princesas, pañales, olor a talco y juguetes chillantes en cada rincón posible de la casa.

Las niñas dormían (gracias al cielo), así que había aprovechado ese momento para arreglarme. Tenía aproximadamente unas dos horas antes de que despertaran llorando por comida. Antes de vestirme tuve que extraerme la leche o mis pechos explotarían en cualquier instante.

Aún descalza, bajé las escaleras para buscar algo en la cocina y almorzar. Al parecer la vida me odiaba pues justo cuando iba por el primer bocado de mis tostadas con palta y pimienta, alguien tocó el timbre. Kiwi corrió desde la habitación de las niñas hasta el recibidor en menos de quince segundos.

Cualquier otro día pudo haber sonado en un volumen normal, pero esa vez parecía que había entrado un gran conjunto de trompetas a la casa. Cerré los ojos esperando escuchar un llanto, pero no dejé que pasara demasiado para correr a la puerta antes de que volvieran a llamar.

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