kapitel eins. (1)

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001.

En aquella tibia mañana de abril, desperté en la cama de Milen. De hecho, había pasado las últimas cuatro noches en su casa por puro placer. A él le gustaba tenerme ahí, y yo también disfrutaba hacerle compañía. Era un hombre solitario que pasaba la mayor parte del tiempo en el trabajo y de vez en cuando salía con sus colegas a por una cerveza, pero al final del día siempre terminaba llamándome. Milen y yo no teníamos una relación formal, pero en definitiva había algo más entre nosotros. Algo que decidimos dejar sin título.

Lo observé mientras dormía. El cabello rubio le caía sobre la frente y sus pestañas largas temblaban un poco cada vez que exhalaba. El hombre era muy atractivo y, para mi desgracia, él lo sabía. Siempre sacaba provecho de su físico. A mí me hechizaba cada vez que quería.

Milen y yo teníamos una historia reciente. Llevábamos, al menos, unos dos meses de habernos conocido. Él se presentó ante mi jefe como un publicista totalmente dispuesto a llevar a tres escritores amateur a la cima y al ojo público. Entre esos, estuve yo.

Guten morgen —le saludé en alemán una vez que Milen despertó. Sonrió de lado antes de terminar de abrir los ojos.

—Adoro ese acento, Verena. ¿Llevas mucho tiempo despierta? —Se incorporó poco a poco hasta sentarse apoyado en la cabecera.

—Unos quince minutos, más o menos. Debo ir a casa para cambiarme y volver al trabajo.

—De haberme despertado más temprano, habríamos desayunado juntos —resopló—. ¿Te lo compenso esta noche?

Era viernes y no tenía planes, como la mayoría de los fines de semana. Desde que me mudé a San Francisco hacía casi un año, no había conseguido muchas amistades. Apenas les hablaba a dos chicas de la editorial, pero desde que se corrió la voz de que estaba durmiendo con el nuevo publicista, casi no hablaba con nadie. El único al que podía considerar mi amigo estaba siempre ocupado. Volker era médico cirujano en el Hospital Infantil Benioff.

—De acuerdo.

—En el Benihana a las siete —se inclinó para besar mi nariz, gesto que sólo hacía cuando quería mostrarse tierno, pero no tanto.

Milen se levantó de la cama y se dirigió al baño para abrir la llave del agua caliente. Yo terminaba de ponerme la ropa de la noche anterior. Recogía mi cabello en una coleta cuando me percaté de que no apartaba la mirada de mi cuerpo.

—¿Qué?

—¿No te duchas conmigo? —Señaló el baño. Escuché el agua corriendo. Se colocó la toalla encima del hombro y me volvió a sonreír.

—No —respondí tajantemente—. De verdad tengo que volver a casa. Kiwi se ha quedado muy solo.

—Será un perro enorme y seguirá teniendo el nombre que se le pondría a un hámster —se burló—. De acuerdo. Avísame cuando llegues.

Me limité a sonreírle. Kiwi era un pastor alemán de cinco meses que había adoptado por la soledad que se sentía en casa.

Antes de adentrarse en la ducha, Milen se despidió de mí con otro beso en los labios y no dijo nada más. Era típico de él y estaba acostumbrándome a su nula necesidad de ser romántico.

(...)

Antes de que pudiera poner un pie adentro del edificio donde trabajaba, me interrumpió el fastidioso tono de mi teléfono. Era la quinta llamada que recibía de Lenz, mi hermano mayor.

—Lenz, sabes que te amo, pero tienes que dejar de llamarme a cada momento del día. Estoy bien, verdammt.

—Perdón por querer estar al pendiente de mi schwester. No sólo te fuiste del país, estás en otro continente y eso me altera. ¿Está todo bien por allá?

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora