kapitel neun. (9)

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009.

—¡Oye, detente! Verena, Verena, por favor... —Volker no dejaba de hablar mientras yo caminaba hacia donde sabía que se encontraba el auto de Aspen. Mis pies hinchados enfundados en esos tacones nuevos no ayudaban mucho a mejorar mi paso—. ¡Querías respuestas y te las di! Son sólo posibilidades.

—Posibilidad o no —me detuve en seco y volteé para encararlo, haciendo que él tuviera que frenar de pronto—, no me buscaste cuando te enteraste que estoy embarazada. Si yo no hubiera insistido, ¿cuándo ibas a decírmelo?

Volker mordió su labio inferior sin saber qué decir. Mi cabeza daba mil vueltas preguntándose cómo había sucedido todo eso y cómo era que mi vida se estaba volviendo un torbellino de ADN y hormonas.

Por instinto, me llevé las manos al vientre.

Ellos, ellas... Él y ella, no deberían estar pasando por esto.

—¿Dirás algo más o también tendré que sacarte las palabras a la fuerza? —Le espeté.

—No encuentro algo apropiado para decir ahora. —En unas cinco semanas es la prueba de paternidad. Si te interesa lo sabré porque estarás ahí.

Tragó saliva con dificultad. Sus pupilas se dilataron al escuchar la palabra paternidad y no supe si sentir mariposas en el estómago o náuseas porque me había ocultado una verdad enorme.

—Gracias por informarme.

Asentí como una tonta y pretendí continuar con mi camino.

Ésa vez, ya no me siguió.

(...)

Corría de un lado a otro con la esperanza de alcanzar a Émile antes de que llegara su hora de salida. Estaba a solo cinco minutos y él frecuentaba salirse diez minutos antes de lo debido.

Era mi momento. En el tiempo que llevaba trabajando para él no le había pedido vacaciones ni para Navidad.

Llegué al escritorio de Felice antes de que ella se colgara el bolso en el hombro. Se me quedó mirando y puso los ojos en blanco.

—Dime que Émile sigue en su oficina.

—Sí, lo está, pero está algo ocupado...

No dejé que terminara lo que tenía que decirme. Abrí de par en par la puerta de la oficina para llevarme una sorpresa que no esperaba para nada.

No era fanática de las sorpresas, de hecho las odiaba... Exceptuando la de mi embarazo, por la cual no podía estar más feliz.

Pero ¿esa? Dios, era todo un cliché de película americana romántica. Pudieron habérseme pasado mil ideas por la cabeza antes que esa.

Émile se separó un poco de la rubia al escuchar el estruendo de las bisagras, pero no la soltó del todo. No parecía estar sobrecogido por haber sido descubierto.

—¿As...?

Ella se relamió el labio inferior como si tuviera vergüenza. Bajó un poco la mirada, pero pude divisar cierto brillo de diversión en sus ojos.

—Me atrapaste —farfulló.

—¡Dios!

—Verena, estoy seguro de que en Düsseldorf tienen buenos modales. Seguramente te enseñaron a tocar la puerta antes de abrir, ¿no es así?

—Lo siento, no fue mi intención —tal vez sí lo había sido—. Es que necesito hablar contigo.

—Sí, yo me iré...

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora