kapitel achtunddreißig. (38)

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038.

Viktoria logró dar dos pasos antes de volver a caer al suelo. Se detuvo con las manos antes de que su cara pudiera chocar contra la alfombra. Marlene, por otro lado, la observaba muy curiosamente y soltaba una risita cada vez que su hermana intentaba caminar.

Así habían sido las últimas dos semanas. De pronto habían aparecido sus ganas de aprender a andar, y yo, como madre primeriza, no podía estar más emocionada. Tomé cincuenta fotos el primer día, y al siguiente las grabé. Y a pesar de que apenas daban dos o tres pasos, yo me sentía orgullosa.

Aspen se había convertido en mi mano derecha en todo ese tiempo. Después de alejar a Volker de mi vida, ella se hizo mucho más cercana a mí de lo que ya era. Había encontrado la manera de separar su vida profesional y amorosa, y así también tenía tiempo para mí. Yo apenas me estaba acostumbrando a tener que dejar a las bebés con la niñera.

Me había terminado de sentar en flor de loto cuando alguien llamó a la puerta. Aspen salió de la cocina con un trapo entre los dedos, secándoselos. Me regaló una sonrisa y una imitación de puchero antes de atender.

Pasaron unos cinco segundos antes de escucharla decir:

—No, no, no, no. No... Ni se te ocurra... —La puerta se cerró y su voz se percibía lejana. Estaba afuera, impidiendo que la persona entrara—. ¿Qué mierda pasa por tu cabeza...? ¡No! Escúchame...

Viktoria intentaba volver a ponerse de pie. Sus rodillas no aguantaron mucho su peso y Marlene volvió a reírse. Juntas gatearon hasta la mesita de centro para apoyarse en ella. Marlene daba pataditas de diversión y le aplaudía a Viktoria.

—No... No puedes...

—Aspen..., por favor...

Esa voz la reconocía a pesar de haber pasado mucho tiempo. Sabía que era él. No tenía acento alemán, mucho menos americano.

La puerta se volvió a cerrar, y a la estancia entró una Aspen enfurecida. Sus pómulos estaban más rosados gracias al enojo. Aventó el trapo de cocina a un lado y cayó sobre uno de los sofás.

—Dámelas —se inclinó hacia el piso para tomar a Marlene entre brazos. Luego, con mucha destreza, hizo lo mismo con Viktoria. Estaban sorprendidas por el movimiento repentino, pero normalmente así era As—. Milen está aquí, y quiere hablar contigo.

—¿Las... las llevas arriba? —El corazón me latía en los oídos, pero sabía que si cambiaba mi expresión facial, al menos Viktoria empezaría a llorar. Procuraba siempre tener un intento de sonrisa en el rostro.

—Verena, todo va a estar bien. Si necesitas que le llame a Quentin, lo haré ahora mismo.

—Espero que no sea necesario.

—¿Qué pasa con ese idiota? —Decía ella mientras subía las escaleras con las niñas en brazos.

—Aspen, ¿qué fue lo que te dijo?

—Que quería verlas... A ellas y a ti, pero no lo voy a permitir. Y sé que tú tampoco. —Detuvo la subida para responderme y me regaló una mirada parecida a la de mi madre.

—Por supuesto que no.

Me tomé mi momento para respirar antes de abrir la puerta. Esperé a escuchar que la puerta de sus habitaciones se cerrara. Me sequé el sudor de las manos en los jeans desgastados y, por instinto, alisé los pliegues de mi camiseta. Mi cabello estaba hecho una maraña, porque aparentemente a los bebés les encanta enredar los dedos en él.

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