Capítulo 21

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Alexander

―No puedo creerlo. Bárbara finalmente está muerta. ―Dijo Roberto impresionado.

―Lo sé, pero puedo decirte que realmente lo está, la he visto con mis propios ojos. ―Dije mientras estábamos sentados en los incómodos sillones de la sala de espera de la comisaría.

―¿Y cómo ha muerto?

―Le han disparado. ―Él abrió los ojos como platos por la impresión. ―Dos veces, una en el pecho y otra en el abdomen. ―Agregué.

Estaba esperando la pregunta que estaba en la punta de la lengua de Roberto y que en efecto, no tenía la respuesta.

―¿Quién le ha disparado?

Me encogí de hombros.

―Todo es inexplicable. ―Respondí sin darme cuenta de que estaba pensando en voz alta.

De hecho, nada de esto tenía sentido. En los estudios forenses, el arma que se encontraba tirada en el suelo de la escena del crimen, no tenía otras huellas digitales que las de Bárbara. A Bárbara la asesinaron con su propia arma. No sabía que pensar, claro, tenía algunas opciones en mi cabeza, pero ninguna de ellas tenía sentido. A este punto, había llegado a pensar que la chica de cabello rojo le había disparado a Bárbara, pero no habían huellas en el arma que lo comprobaran.

―¿A qué te refieres? ―Preguntó Roberto.

―Me refiero a que... ―No pensaba contarle sobre la chica misteriosa a Roberto. Él era mi me jor amigo, pero habían cosas, como las apariciones de Alicia años atrás, que nunca le conté ni le contaría porque eran cosas que quería mantener únicamente para mí. ―No hay sospechosos del asesinato de Bárbara aún. ―Respondí para desviar el tema.

Él volvió a abrir más los ojos de la impresión.

―Todo esto es tan extraño. ―Dijo seguido de hacer una pausa y ver hacia el suelo. Tal vez estaba analizando las posibles situaciones como yo lo había hecho desde que supe que Bárbara estaba muerta. ―¿Quieres una taza de café? ―Ofreció reaccionando de su pequeño análisis de la situación.

―Sí por favor. ―Respondí.

Él se levantó del sillón y fue a servir café en las tazas que estaban colocadas en la mesa. Hacía frío. Pensaba en Alicia, siempre lo hacía, pero ahora más. Era como si parte de mi mente estuviese con ella, casi podia verla en su habitación escuchando música o durmiendo. ¡Cuanto deseaba estar con ella!

―Aquí tienes. ―Dijo Roberto poniendo entre mis manos una taza blanca con una cantidad excesiva de humo saliendo de ella, el café estaba hirviendo.

―Gracias.

―¿Cómo está Alicia? ―Preguntó él.

Negué con la cabeza.

―No tan bien como quisiera. ―Respondí.

Él se fijo en el dolor que sentía con solamente escucharme, sabía que me sentía la peor escoria de la tierra por no poder hacer más para mejorar las situación.

―Alexander, no siempre tenemos el control total de las cosas. A veces nos toca perder y duele vernos caer. ―Roberto hizo una pequeña pausa. ―Sé como te sientes. Hace aproximadamente cinco años, antes de que nuestro hijo naciera, mi esposa estuvo embarazada de un primer bebé. Era una niña de hecho, estábamos tan emocionados esperando a nuestra hija, mi esposa tenía casi seis meses de embarazo, ya habíamos empezado a comprar algunas cosas para la bebé, algunas prendas o cualquier cosa que veíamos mientras caminábamos frente a un almacén del centro comercial y pensábamos que nuestra hija lo necesitaría o lo usaría, que se vería lindo en ella, aunque fuesen cosas mínimas, pensábamos en ella, pensábamos en una vida con ella. ―Roberto reposó la taza que tenía entre las manos en la mesa de centro de la pequeña sala del lugar y su mirada solamente se fijaba en el suelo. ―Un día mi esposa salió temprano del trabajo, para mí era imposible ir a traerla a esa hora, yo salía hasta unas horas después. Ella insistió en tomar el trén de camino a casa y yo accedí, no insistí. ―Dio un suspiro profundo. ―Una hora después, por todos los medios estaban anunciando que uno de los trenes de la línea que dirigía a nuestra casa se había salido de control y había sufrido un terrible accidente, habían heridos y personas sin vida. ―El dolor de los recuerdos se reflejaba en su rostro. ―La llamé cientos de veces para saber si se encontraba a salvo, pero no respondía, después de que la contastadora sonara, volvía a llamar desesperado y esperando escuchar su voz descolgando la llamada y asegurándome que se encontraba a salvo, pero ella no contestó. Cuando llegué al lugar del accidente, habían cientos de personas tratando de encontrar a sus familiares, ambulacias, paramédicos, personas caminando y respirando con dificultad, era un caos. ―Roberto miraba al vacío mientras las palabras salían de su boca, como si estuviese viendo nuevamente esas esceneas en su mente, de hecho, apuesto que lo hacía. ―Finalmente pude encontrarla en el registro de personas en el hospital, ella ya había sido trasladada de emergencia debido a su delicado estado. ¿Y sabes? Digo que realmente te entiendo, sé la impotencia que sientes de no poder tener el control de todo, porque yo sentí exactamente lo mismo ese día cuando el doctor me puso a elegir entre la vida de mi hija y la de mi esposa. ―Se me hizo un nudo en la garganta al escuchar eso. Roberto no pudo contener las lágrimas, y ¿Cómo hacerlo? ―Ese día otra parte de mí murió. Me sentía la persona más impotente del mundo por no poder salvarlas a ambas. Hubiese preferido morir yo, a cambio de la vida de las dos. Pero no pude. Hay cosas que simplemente se te salen de las manos, que están fuera de tu alcance y no puedes hacer nada más que amoldearte a la situación, sea cual sea.

El Fantasma de AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora