Capítulo 29

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Alexander 

Todo cobraba sentido ahora. Efectivamente la chica pelirroja era Alicia en el cuerpo de Heydi, todo este tiempo estuvo cerca de Alicia, nuestra hija. Su hija. La razón por la cual había aparecido ahora era para protegerla de la madre de Heydi, quien probablemente la quería para hacer algún otro desastre que tenga que ver con magia negra, brujas y cosas que traen consecuencias terribles. 

―Ayúdame a traer a Linda de vuelta, por favor. ―Supliqué. 

―Alexander, revivirla sería jugar con magia negra nuevamente. ¡Ya no quiero tener que ver con eso! Ha sido demasiada tortura. ―Dijo Anna. 

―Pero no podemos dejar que muera, ella es la menos culpable. 

―¿Qué quieres decir? ¿Preferirías morir tú?

No exactamente, pero no podía dejar que Linda muriera. 

―Debe haber algo que podamos hacer, sin involucrar magia negra. 

―El hecho de estar aquí te involucra en ello. ―Dijo la señora Owen a mis espaldas. Estaba allí parada detrás de mí. Ahora realmente aterrado de cualquier cosa que esa señora tuviera en mente.   

―Madre, Heydi se ha ido. ―Dijo Anna desde un rincón de la pequeña sala, como si estuviera escondiéndose de ella. ―Alicia también se ha ido. Esta vez para siempre. 

La señora Owen no dijo nada. 

―Tienen que hacer algo para ayudarme a revivir a Linda. ¡Ella es policía por el amor de Dios! Los tres terminaremos hundidos si ella muere. ―Dije. 

Ambas intercambiaron miradas sabiendo que definitivamente Linda no podía morir. 

―Quédate aquí. ―Dijo la señora Owen mientras cargaba a Linda tomando sus muñecas. ―Tú ayúdame a llevarla a mi habitación. ―Dijo dirigiéndose a Anna.  

Anna tomó a Linda de los pies, y entre las dos la llevaron a una habitación al fondo del pasillo. 

―¿Necesitan ayuda? ―Pregunté. 

―¡No! ―Respondió la señora Owen, casi gritando. 

―Es en serio Alexander, será mejor que te quedes aquí.   ―Dijo Anna mientras se llevaban a Linda.

Estuve esperando en la sala casi por una hora, tiempo suficiente para pensar en el desastre que mi vida era, en lo realmente jodido que estaba en esos momentos. Solo pensar que Alicia no era mi hija me volvía loco, me provocaba ganas de vomitar. Me detuve a pensar y a recordar la primera vez que la había visto, tan pequeña y vulnerable en aquel orfanato, cuando la profesora Brooks me acompañó a traerla a ese lugar. Ese día prometí cuidarla como a mi propia vida, nunca en los diecisiete años que había vivido con ella cruzó por mi mente semejante locura de que no fuese a ser mi hija, que no llevara mi sangre. De igual manera, era mi hija, desde siempre, desde que la sostuve por primera vez, desde que la llevé a vivir conmigo, cuando me desvelaba porque no paraba de llorar durante la madrugada, cuando me dijo papá por primera vez, cuando aprendió a ir al baño por sí sola, cuando aprendió a andar en bicicleta. Ella era mi hija. No importaba nuestra sangre, sino la conexión que teníamos, aquellos tan único que habíamos construído durante los últimos diecisiete años. Definitivamente ella era lo mejor que me había pasado en la vida. 

Pero, ¿Qué pasa si lo que Alicia decía no era del todo cierto? Digo, ¿En realidad le estamos haciendo caso a un fantasma, ya sea producto de nuestra imaginación o brujería, lo que sea que fuera? Alicia no era real. Alicia estaba muerta. Nunca nos hicimos una prueba de ADN con la bebé, nunca lo consideré necesario. No había manera de asegurar que Alicia era hija de otro hombre, hasta hacernos una prueba de paternidad. 

El Fantasma de AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora