Capítulo 29

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— ¡Bienvenidos a Denver!

El delgado hombre de la recepción casi grita y nos da a todos un vaso elegante con chocolate caliente como bienvenida a las cabañas.

—Tenemos una reservación a nombre de Damon Alexander Ivanovic—Damon coloca el chocolate en la pequeña sala de la recepción.

—Oh, por supuesto que sí, señor Ivanovic. Éstas son sus llaves.

El hombre delgado con impecable uniforme le da las llaves a Damon y él se las arrebata de la manera más grosera posible. Todos pasan por su lado y dejan el vaso vacío de chocolate en la mesa, el recepcionista sonríe, pero no es sincera y eso puedo verlo.

—Muchas gracias, está muy rico el chocolate—alago la bebida y dejo el vaso en la mesita junto a él.

—Qué bueno que te gustó, corazón—él sonríe amigablemente y da un golpesillo a mi nariz con su dedo.

— ¡Sofía!—la voz de Damon resuena en todo el lugar, doy media vuelta para mirarlo. Vuelvo a ver al señor.

—Me tengo que ir—le sonrío sin mostrar los dientes y empiezo a caminar hacia Damon.

— ¿Qué crees que haces con ese feo hombre?—él hace una mueca y río por lo alto.

— ¿Feo hombre? ¿Esa palabra es nuevo en tu vocabulario no es así?

—Alaska ya ha orinado afuera de la cabaña, ese pequeño escarabajo de mierda—él refunfuña.

—Es mi bebé, no le ofendas—le doy un manotazo en el hombro y él ríe.

—Esa mierda no es un bebé—gruñe.

—Cierra la boca Ivanovic—suelto una risa corta y él me trepa a su hombro, dejando mi trasero a la vista de todas las personas, mentalmente agradezco traer pantalón el día de hoy.

— ¡Bájame! Eres un chocante—río. Él abre la puerta de la cabaña y todos allí nos miran en silencio con excepción de Alaska, que suelta pequeños ladridos a Damon.

La apunto con el dedo mientras corre tras los pies de Damon.

—Así es pequeña Alaska, ládrale a tu papá—Damon se tensa rápidamente y me suelta sobre la cama de mala gana.

— ¡Deja de hablar de toda esa mierda de bebés, hijos y padres!—él me apunta con el dedo y trago fuerte.

—Sólo estaba jugando, ¿Por qué te molesta tanto ese tema?—pregunto, levantándome de la cama acomodando mi blusa.

—Sólo cierra la maldita boca y obedece—él gruñe y yo ruedo los ojos.

—Vete al diablo—tomo a Alaska en mis brazos y salgo apurada de la habitación sin poder creer lo que le he dicho.

—Adelante—Steven canturrea y entro en su habitación.

— ¿Aún puedo entrar? Traigo a mi acompañante—levanto a Alaska y él ríe.

—Sí, pasen las dos. Déjala en la alfombra para que juguetee un rato—yo acepto encantada y la dejo sobre el suelo, sentándome con Steven.

— ¿Has terminado de desempacar?—pregunto amistosamente.

—Ni siquiera he comenzado. Mi cuerpo está entumecido, el frío aquí es como el polo norte, ¿No es así?

—Tienes razón, me encuentro en la misma situación que tú—me encojo de hombros.

—Envidio a Alaska en este preciso momento por tener tanto pelaje.

—Yo igual—ambos reímos.

Es MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora