Capitulo 15: Espiando a mi vecino

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Sara

La brillante luz del sol asomándose por la ventana comenzaba a molestarme, haciendo que frunciera el ceño, que me acomodase una y otra vez en el cojín intentando seguir durmiendo cuando el ruido de la puerta cerrarse terminó por sobresaltarme. Miré a mi alrededor un poco confundida. Estaba cubierta por la misma sabana que le había dado a Adam, y al parecer él se acababa de ir. Toda una noche recordando todo lo que pasamos juntos me hacía extrañar los viejos tiempo pero como él había dicho, luego de "ese" incidente parecíamos dos completos extraños. Era sorprendente como el tiempo convertía a dos grandes amigos en desconocidos, como esa química entre los dos se desvaneció cuando me confesé y me rechazó. Si hubiera habido alguna fórmula para calmar el dolor punzante en mi pecho de ver como la persona que amaba estaba con otra, seguramente la hubiera usado en aquel momento. Era tan sencillo como tenerlo cerca otra vez para caer en esa trampa, sabiendo que una vez que entrara no habría escapatoria.

—Aléjate de ella si sabes que es lo mejor para ti.

Se escuchó la voz de Adam gruñir desde afuera del departamento. Caminé todo el trayecto de la sala hasta la puerta para apoyar e intentar oír que estaba sucediendo allá afuera desde tan temprano, con quien estaba Adam peleando de manera tan brusca.

— ¡Joder, si solo la consolé pequeño rottweiler!

Vociferó la otra persona contestándole e inmediatamente reconocí que era David discutiendo con Adam. Solté una risita al escuchar a alguien llamar "rottweiler" a Adam. Usualmente lo comparaban con un Akita, por lo amistoso, enérgico, esponjoso y esas cosas que parecen ser los perros tiernos, pero un rottweiler era demasiado rudo para él,  casi siempre actuaba como el dicho "perro que ladra no muerde". Evadiendo tontos pensamientos, me concentré en oír el resto de la conversación pero para ese entonces ya se habían ido ambos por su lado. Quedé algo desilusionada al notar que Adam ya se había ido, creía que se quedaría un rato más conmigo pero al parecer no sería así. Me encogí de hombros, en una especie de superación momentánea, sin encontrarle el caso a seguir pensando en aquello y me limité a ir a la cocina para preparar el desayuno y  así comenzar un nuevo día.

Las horas pasaban volando cuando se trataba del estudio, en especial para mí que  me venía de maravilla tener una clase especial en el laboratorio para una demostración de la reacción de un medicamento en un órgano artificial, lo suficientemente interesante como para ayudarme a escapar de todo lo que había ocurrido el día anterior. Veía a todos los estudiantes rodear al profesor, todos con la vista puesta en el órgano y en las manos del hombre, cuando una muchacha de cabello corto, un poco debajo de los hombros, con raíces rubias y el resto teñido de rosa se hizo lugar entre la multitud, y le dejó sobre la mesa una jeringa con algún liquido extraño adentro al profesor, ocupando todo el centro de atención. Ella era la chica que la mayoría de las veces era rodeada durante las clases y al parecer era asistente de los profesores al tener ese llamado "talento". Su nombre era Rebecca White

Ya finalizadas las clases no quedaba ni un alma en el laboratorio, salvo la muchacha de hebras rosa y yo que éramos encargadas de la limpieza. Fingía estar ocupada ordenando, mientras la observaba detenidamente, tratando de deducir que era lo que ella tenía para llamar la atención de todos.  Debía admitirlo, se la veía confiada en cada cosa que hacía, con un carácter fuerte y firme, valiente... todo lo contrario a mí. Me sentía  tan pequeñita a su lado como un minúsculo granito de arena. Era la clase de mujer que lograba ser todo eso por su inteligencia, su talento, su aspecto físico, su carácter, cosas que obviamente a simple vista no tenía en lo absoluto.

— ¡Sara! ¡Sara! ¿Me oyes? –Seguía tan concentrada pensando esa clase de cosas que no noté que me había estado llamándome reiterada veces.

Solsticio de verano(1er libro de la trilogía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora