Capitulo 14: Perro que ladra no muerde

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Narra Sara:


Me recosté contra el mueble del sofá y lentamente mis ojos se fueron cerrando haciendo que cabeceara hasta caer dormida sobre el cojín.

La voz del profesor volvía de entre mis recuerdos, el ruido de la tiza chocar contra la pizarra con cada palabra que escribía sobre ella, el constante movimiento de los inquietos pies de Adam a mi lado, el perfume a flores que entraba por la ventana y cuando el sonido de la puerta del salón abriéndose me llamó la atención.


—Disculpe profesor, retiraré a la Srta. Rawson un instante –Dijo aquel hombre fríamente.

El profesor asintió y me pidió que fuera con él. Me quedé un segundo en mi asiento pensativa.

— ¿Qué fue lo que hiciste Sara? –Susurró Adam intrigado.

—N-no lo sé. No recuerdo ha-haber hecho nada malo –Titubeé nerviosa.

Caminé hacia la puerta donde se encontraba el hombre y lo acompañé hasta la oficina de profesores. Me senté en una de las sillas de la oficina y aquel hombre me ofreció un vaso de agua, lo rechacé y è suspiró preparándose para decir algo a continuación.

—Sara, es sobre tu madre...

Después de oír eso, los recuerdos se volvían borrosos. Del recuerdo de esa conversación solo había quedado la palabra muerte y mi madre nombrada en ella. Luego la imagen de yo misma saliendo de esa oficina y corriendo por los pasillos llorando desconsoladamente.

Las palabras de mi madre venían una y otra vez...

"—Lo siento hija, no me queda mucho tiempo para seguir en este mundo"

¿Por qué ella? ¿Por qué había sido a los días de decir eso? El dolor en mi pecho y el ritmo de mis lágrimas brotando aumentaban con cada paso que daba. Al levantar la cabeza me vi frente de las escaleras que daban a la azotea. Deseaba olvidarme del mundo, alejarme, que nadie me viera en ese estado, solo quería llorar y llorar hasta que el agujero en mi corazón se cerrara.

Así las horas de clases pasaron una tras otra, mientras permanecía en la azotea acurrucada entre mis rodillas llorando sin parar. Dicen que una persona sabe cuándo es su tiempo de irse. Mi madre lo sabía. Esa era su forma de despedirse. El tiempo parecía insuficientemente para disfrutar el tiempo a su lado y no podría volver a estar con ella nunca más.

—Sara...—Murmuró una voz a mis espaldas — ¿Qué haces aquí? Te busque por todo el instituto y creí que te habías...—De repente se calló al escuchar mis sollozos.

—A-Adam–Balbuceé mirándolo mientras contenía mis lágrimas.

—Ven aquí –Me estrechó entre sus brazos apoyando su mentón en mi hombro —Todo estará bien, estoy aquí para ti –Y me largué a llorar más fuerte aferrándome a su camisa con desesperación.


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Narra Adam:


La voz robótica de la alarma proveniente de la habitación, hizo que me despertara. Por la ventana se veía entrar los primeros rayos de luz del día y como los pajaritos revoloteaban de aquí para allá. Era muy temprano en la mañana pero era la primera vez que no escuchaba otro sonido más que el de la alarma al despertarme. Mirando alrededor intentando ubicarme, me encontré con una sábana cubriéndome y Sara totalmente dormida sobre el cojín. Sus mejillas, incluso su nariz tenían un leve tono rojizo, su respiración era lenta y pausada, cualquier gesto que hiciera dormida la hacía parecer tan adorable....

Verla con sus ojos llenos de lágrimas no me agradaba en lo absoluto, ella era tan hermosa y brillante como la luna pero necesitaba la radiante luz del sol para iluminarla en las noches oscuras. Si pudiera yo ser ese sol...ella no volvería a llorar, si ella me dejara volver a entrar en su vida todo sería tan fácil. Sin embargo, lo que  le hice, obviamente sabía que no había forma de repararlo.

Acaricié su mejilla limpiando la pequeña lágrima que había resbalado por esta y me levanté del sofá haciendo el menor ruido posible. Tomé al pomo de la puerta indeciso, lo mejor sería no arruinarle el sueño, aunque la idea de quedarme con ella un poco más de tiempo era tentadora preferí abandonar el apartamento antes que despertara.

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Narra David:

El día anterior sin lugar a dudas había sido sumamente extraño. Soy la clase de chico que no se considera a sí mismo una persona inteligente ni las demás personas me toman así, pero claramente ver una persona llorar de esa manera como lo hizo ella, me hacía sospechar que se trataba de algo muy grave. Toda la noche  la pase pensando las razones de porque estaría llorando de esa forma. Desconsoladamente, buscando refugio en los brazos de alguien, ver sus ojitos rogando consuelo, esa imagen era imposible que se me borrara.

El despertador en forma de sapo, sí, no tengo una rara obsesión con las cosas de sapos...simplemente me gustan mucho, quien sabe porque, empezó a vibrar contra la mesita de luz cayendo al suelo. Estiré ambos brazos hasta chocar con la cabecera de la cama y solté un bostezo abriendo mis ojos, todavía somnoliento.

Preparé un tazón de cereales con leche como de costumbre y me senté en la mesa en medio de la sala a desayunar con mi gorrito de dormir aun puesto. No es como si odiara el hecho de ir a la universidad para hacer lo que me encantaba, pero despertarme a esa hora de la mañana arruinaba por completo mi rostro digno de perfección al provocarme esas horribles bolsas que tenía debajo de los ojos.

Listo para un nuevo día lleno de energía, salí por la puerta del departamento cargando bajo el brazo mi skate con una gran sonrisa. Inevitablemente mi mirada se enfocó a la puerta de mi vecina. Esa tímida, extraña y en cierta manera tierna muchacha de orbes grises. Los que estaban enrojecidos, cubiertos de ese líquido cristalino que luego caían sobre mi chaqueta gota tras gota. Esa intriga y curiosidad de saber porque había llorado me dominaba por completo.

Entonces la puerta se abrió de golpe haciéndome retroceder unos pasos por el susto. De ella salía ese chico castaño, el que me había gritado y sí, casi golpeado. Ambos cruzamos miradas un instante hasta que la de él se volvió más intensa, llena de odio, rabia, ira, y comenzó a caminar hacia mí.

—Aléjate de ella si sabes que es lo mejor para ti –Masculló rechinando los dientes mientras me acorralaba entre la pared y el.

— ¡Joder, si solo la consolé pequeño rottweiler! – Vociferé sacado de mis casillas. Apenas si nos conocíamos y  venía a hablarme de esa manera ¿Quién se creía que era?

Él estaba preparándose para golpearme cuando milagrosamente, por arte de algún dios mi móvil empezó a sonar. Ese chico soltó un suspiro rendido y se alejó de mí para luego salir por la puerta principal del edificio.

 Observé como el castaño se marchaba, temeroso que volviera hasta que cruzó la salida y me sentí realmente aliviado. ¡Sí que había escapado de una buena! Había oído que cuando te convertías en adulto tu vida se volvía monótona pero que va, si últimamente me pasaban cosas totalmente locas todos los días.

Saqué el teléfono del bolsillo cansado que el tono sonara una y otra vez insistentemente y lo puse junto a mi oreja atendiendo. Eso si no había sido una buena idea, porque una voz chillona y muy gruñona me contestó haciendo que alejara el teléfono de mi rostro al instante.

— ¡Lo siento! ¡Iré ahora mismo!-Le dije a la persona del otro lado de la línea cortando la llamada.

Si pensaba que mi mañana había sido bastante movida, conocería el infierno una vez que llegara a la universidad, porque el mismo diablo me estaba esperando hace diez minutos y ella...odiaba la tardanza.

Solsticio de verano(1er libro de la trilogía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora