El día siguiente, afortunadamente era fin de semana, tiempo para descansar ya que no trabajaba tampoco en el restaurante. Disfrutaba de estar en casa con una buena taza de café en la mano y en la otra un nuevo número de la revista sobre medicina que adoraba. Tranquilidad, paz, el delicioso perfume que rondaba alrededor del departamento proveniente de las gardenias que Adam había traído hace unos días, todo se sentía de verdad confortable y a gusto en ese sofá, ¿Qué más podría pedir para descansar después de una larga, muy larga semana? Llena de estrés, lagrimas, discusiones, cosas que en cantidad no le harían bien a nadie.
Las agujas del reloj cucú estabas casi a punto de alinearse en el uno, era increíble como pasaba el tiempo tan rápido, en especial ya que iba por mi tercera revista de medicina y la segunda taza de café. Suspiré al notar que ya era pasado el mediodía y no había preparado absolutamente nada para comer, incluso mi estómago me demandaba algo más aparte de café. Dejé la taza que había usado en el fregadero y abrí la alacena buscando algún paquete de sopa instantánea, cuando de repente el timbre de casa sonó repetidas veces.
A pesar de estar caminando hacia la puerta para atender a quien fuera que se tratase, el timbre seguía sonando una y otra vez, de forma irritante, como si ni siquiera tuviera un poquito de paciencia. Apoyé la mano en el pomo de la puerta, aspirando hondo, preparándome para lo que viniese, y la abrí lentamente asomándome por ella.
— ¿Quién es? –Interrogué curiosa buscando al sujeto de poca paciencia detrás de la puerta.
— ¡Soy yo! — Exclamó una voz muy eufórica proveniente de la persona tras el enorme bol de fideos que cubría su rostro.
— ¿David...?—Murmuré extrañada al ver la blonda cabellera obviamente muy fácil de reconocer.
— ¡Ta ~~~chaan!
Y como si se hubiera ocultado en el mejor escondite del mundo y lo hubiera descubierto, mostró su rostro a un lado del tazón con una gran sonrisa
— ¿Cómo estas Sara? Se ve que estas mejor –Musitó alzándome el pulgar. No sabía si era un vecino demasiado animado o tomaba confianza rápido de las personas. De cualquier manera se lo veía muy alegre, y aunque no se lo dijese, yo conocía la razón.
—Sí, gracias por preocuparte –Respondí tímidamente evitando el contacto visual— ¿Qué haces aquí?
—Mmm...como debería decir esto...—Dijo rascándose la cabeza nervioso y con sus mejillas cubiertas con un leve rubor—Ya que trabajas en un restaurante italiano pensé "vaya, ella debe tener en su casa para hacer ese delicioso spaghetti" así que decidí pedirte si me podrías preparar un poco si no te molesta–Esbozó una sonrisa enseñando orgullosamente su tazón extra grande y su tenedor
Lo miré un instante sin entender su pedido, para luego soltar una pequeña risita. Él sí que me sorprendía con cada encuentro...
—Pasa, estaba pensando preparar algo de todos modos–Dije invitándolo a entrar, dibujando con la comisura de los labios una sonrisa.
— ¡Gracias! ¡Eres la mejor vecina que alguien puede tener en el mundo, no, del universo! –Vociferó alzando el tenedor con lágrimas falsas, corrigiéndose en el momento para alargarme más, conmovido por mi generosidad supongo. Era raro ver a un hombre llorar por algo así, pero bueno...él era un caso especial.
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Solsticio de verano(1er libro de la trilogía)
Novela JuvenilEl solsticio de verano es el encuentro poco casual entre el sol y la luna, que solo ocurre en dos en el año, creando un hermosa mezcla de colores en el cielo, combinando la luz con la oscuridad, la fría noche con el radiante día, inventando algo nue...