Cuando uno crece, se olvida de la felicidad, ésa que siempre se ha llevado el tiempo. Las risas de un adulto no se comparan a las de los años de oro.
Podrán pensar que les causa gracia, soltando carcajadas entrecortadas bebiendo café de la oficina junto a gente desconocida sobre gracias que no comprenden.
Así se nos fue la vida.Un amigo de la juventud vale siempre más. Cuando tengas 40 años y se crucen en la calle se mirarán, probablemente unos dos o tres segundos antes de darse cuenta de quienes son, de recordar sus nombres. Analizarán sus arrugas junto a los ojos y prometerán reencontrarse... pero nunca lo harán. Porque no perderían su tiempo en sentarse con alguien a platicar de sus vidas en los últimos 20 o 25 años.
Pero déjame decirte algo: yo lo haría.
Piensa en las verdaderas risas.
Cuando todo el grupo se puso de acuerdo en saltarse aquel periodo, salieron corriendo disparatados por los pasillos cuando se percataron del profesor acercándose. Miraste a tu amiga, la viste directamente a los ojos, visualizaste aquella pupila mientras que sus gestos demostraban temor, pero no uno cruel, uno lleno de adrenalina, mezclado con una carcajada que comenzaba a escaparse de a poco de entre sus labios. Tus piernas corrían en cortos pasos junto con aquella manada de compañeros que se desplazaban insultando al aire.¿Lo recuerdas?
Esa sensación de poder. La energía que tu corazón bombea de tan solo recordarlo.Pero también estaba el temor verdadero. Aquel día que tus mejores amigos y tú decidieron meter una botella de alcohol al cine. Únicamente pensabas en que los iban a descubrir, en que eran menores de edad, en que no podrían pasar desapercibidos con el olor a tequila saliendo disparatado de sus alientos.
Pero lo lograron.
Con sonrisas pícaras que se escapaban accidentalmente y contoneos de cadera, distrajeron a las personas que atendían el lugar. Bebieron entre sonrisas, bebieron entre silencios sofocados hasta el cuello de sonido, e inmadura ebriedad.Acostumbran a beber vino. Los adultos quieren tragos finos.
Pero si lo piensan un poco, pueden verse a sí mismos, décadas atrás, juntando dinero para completar para unas cuantas cervezas.
Ese día que bebieron en la azotea de la casa de tu amiga. Conocías ese hogar más que el tuyo propio, ibas siempre. Ya hubiese sido a beber viendo la ciudad o con su madre, a comer pizza viendo películas o a desayunar a las doce del día, en pijama frente a toda su familia.
O en aquella ocasión que harían tareas y terminaron llorando por horas. ¿Los adultos hacen eso? ¿Se toman los problemas tan a la ligera como para contarlos a los siete vientos y sentirse libres de sollozar?
Porque sé que recuerdas los abrazos. Sí, esos cálidos que te brindaron con esperanza, te aseguraron que todo estaría bien, que tendrías éxito y que eras fuerte.Ahora bebes café. En una oficina. Rodeado de personas que te ofrecen una palmada ante las tragedias, una vergüenza sería llorar, eso lo guardas para cuando estés solo en tu departamento.
Incluso la comida era algo bueno.
¿Recuerdas lo roto que estabas? No tenías ni un centavo en el bolsillo, tus amigos se reían y pagaban por ti, porque tus preocupaciones eran las de ellos.
Jamás pensaste que podrías ser tan feliz siendo pobre, tan alegre siendo miserable porque los problemas parecían ligeros como el agua al reírte a carcajadas con un bocado en la boca. Te quejabas de tus obligaciones, de llegar a dormir a tu casa nada más, pero te encantaba al mismo tiempo. Porque por más jodido que te encontrases: estabas vivo.
Esas son las risas que no se olvidan, cuando comprendías la gracia del chiste, porque nada era demasiado tonto para poder ser interesante.Cuando uno envejece, se le hace cada vez más imposible ver las cosas como algo especial, has vivido tanto que te olvidas de los pequeños detalles. Si no los notas a lo largo de tu vida, nada de esto cuenta.
Como el día que tus amigos y tú se escabulleron al auto de uno de ustedes porque hacía demasiado frío, encendieron la calefacción y las bocinas. La música resonaba una helada madrugada de Enero dentro de un auto de 1920, donde cuatro adolescentes burlaban a sus penas.
¿Y qué hay del día que utilizaron ese auto para romper récords?
¿Puedes recordarlo? Porque yo creo que sí. Jamás vas a ser capaz de volver a sentirte tan poderoso como en ese día.
Tenías cinco minutos para arrancar el auto y recorrer un tramo largo para comprar comida y poder llegar a tu clase.
Y lo hiciste.
El rostro pícaro de tus amigos, con esa sonrisa insegura pero decidida porque sabían que lo harían.Cuando eres joven sabes que terminarás haciendo las cosas.
Sabes que beberás, que un día estarás ebrio en la calle y se burlarán de ti. Pero a pesar de sentirte mal por ello, seguirás haciéndolo.
Sabes que tus vergüenzas se van a compartir. Los gases, los eructos, los mocos... las cosas repugnantes suenan menos asquerosas con compañía.
¡Ahí está!
He dado en el blanco.
Porque hace mucho que no hablabas de eso, la edad te induce al taboo, a pensar que las cosas asquerosas no son dignas de ser mencionadas.
¿Hace cuántas décadas no escuchas a tu amigo eructarte en el oído?
Exacto.
Y a pesar de que lo niegues, lo extrañas. Porque era real.
Fuiste real en algún punto de tu vida.No había tantas consecuencias.
Las cosas eran bellas.
Pero a pesar de que ahora piensas en todo lo que has llegado a perder con los años, en que jamás veras sonrisas más reales, carcajadas más fuertes y oídos más atentos a lo que digas: No vas a aceptar esa salida. Vas a dejar pendiente ese café. Procederás a fingir que tienes algún compromiso porque no quieres arriesgarte a ver a la única persona que pudo hacerte real por unos años.