Abuso sexual.

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Una chica ebria yace sobre una cama matrimonial a las 6:57 de la mañana.
Duele.
Se remueve entre las sábanas verdes y siente su entrepierna desgarrarse con los sencillos movimientos que inevitablemente su cuerpo le pide efectuar.
Su cabeza arde al igual que sus rojizos ojos.
Mareos van y vienen, logrando que pierda la vista por un par de segundos.
Lo recuerda.
O al menos eso cree cuando visualiza la ventana con cortinas color crema, las mismas de la fiesta de la noche anterior, cuando comenzó a beber hasta vaciar las botellas, cuando las líneas de coca no parecían tomar efecto sobre ella.
Pero al parecer sí.
Porque ahora cuando voltea a ver su cuerpo, nota la desnudez de éste, es precisa la manera en que su sistema se activa, el cerebro, a pesar de su dolor, intenta recuperar los vagos recuerdos de la noche anterior.
Risas.
Tragos.
Bromas y un par de besos.
Más risas, ahora mezcladas con las líneas de coca.
Y la hierba. Oh, la hierba.
Tragos.
Tragos.
Bailar.
Y luego se encontraba sentada a la orilla de un sillón café, con su mejor amiga al lado, incapaces de equilibrarse.
Se pierde la visualización total.
No hay memoria.
Un adolescente de tez blanca y ojos pretenciosos.
Risas... risas pero de un desconocido.
¿Está bajando su ropa interior? Porque ahora la sensación de haber estado desnuda permanece en su cabeza.
Hacía frío. Tanto frío.
Entonces recuerda el tacto de unas manos contra el interior de sus muslos.
No.
No.
Pero es demasiado el cansancio, su energía no da para más. Sus ojos lloran sin lágrimas, su boca habla sin mover la lengua.
Fruncir el ceño es lo único posible ahora.
Risas.
¿Por qué se le vienen a la mente risas?
No había risas.
No hay sonido ni imagen.
Está en blanco. Tendida sobre aquella cama con sábanas verdes tintadas de rojo.

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Él se preguntó qué pensaría su madre al verlo. "Todo un hombrecito", le dijo aquella mañana antes de dejarlo partir al colegio.
Pensó en su cabello acomodado de manera que le parecía agradable.
Recordó las tremendas ganas de orinar que le entraron a mitad del cuarto periodo.
Intentó reaccionar mientras su mente divagaba: ¿qué hubiese pasado si no hubiera pedido permiso para ir al baño?
Anheló no haberlo hecho.
Estaría sentado en la banca central, aguantándose las ganas mientras la profesora de historia explicaba con tranquilidad su clase.
Lloró con la mente en blanco cuando los seis estudiantes que deseó no haberse topado, le sostenían de sus extremidades con salvajismo mientras lo que familiarizó con un consolador era insertado brutalmente en su cavidad anal.
Fue un dolor tan extenso.
Un dolor al notar que lo grabaron y todos estarían viéndolo ser abusado.
Un dolor al sentir el objeto dentro de él, cortando cualquier sutileza en sus tejidos, perforando con rudeza aquel límite que su cuerpo podría soportar.
Un dolor al pensar en su dignidad, en saber lo poco valioso que era como para encontrarse en cuatro frente a todas esas personas que le llamaban "marica" o "perra", incluso cuando su preferencia sexual no intervino nunca con su experiencia en el ámbito.
Un dolor ante la idea de que su primer contacto sexual fue otorgado por medio de crueldad, entre lágrimas y burlas que le rompieron el tímpano al chocar contra sus oídos.
Un dolor al recapacitar la situación. Al haber tenido que rogar por piedad, haber pedido perdón por su gusto a los de su mismo sexo.
Un sufrimiento casi inexplicable.
Tanto al mismo tiempo.
Tantos rostros presumieron esa mañana de Agosto el gran logro de haber dejado a un adolescente de 17 años desangrándose, incapaz de ponerse en pie o de siquiera deshacerse de los sollozos para lograr pedir ayuda, tirado en medio del vestidor del gimnasio.

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"Para mí, una violación es la repugnancia en el salvajismo de la excitación, es un intento forzado de erotismo. Para mí una violación son sábanas blancas manchadas de sangre, MI sangre. Un cuerpo lleno de la suciedad de desconocidos. Es sentir que ante la penetración, tus lágrimas calientes pueden jurar que tus entrañas arden y tu cuerpo se parte, que juras que te vas a morir en ese preciso momento. Y que no tienes miedo de degradarte después. Tienes miedo de no poder hacerlo, de no poder degradarte porque ya ni siquiera vas a estar ahí. Que el tacto te rompe las costillas... pero... Cuando se acaba, una violación es una confusión, una mezcla de sensaciones. Que te da vergüenza, pero no por lo que te vayan a decir, o por cómo te vayan a llamar. Es degradante ante ti, porque una violación es hacerle pensar a alguien que no es lo suficientemente importante para ser respetado, que su cuerpo no merece respeto.
Que no vales una mierda." Murmuró entonces aquel chico que fue abusado sexualmente desde que puede si quiera tener memoria.

FEMALE RØBBERYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora