Día 21: Una historia sobre la belleza

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La Abuelita no tenía suficientes cubiertos, así que a veces ponía ramas de distintos tamaños en la mesa

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La Abuelita no tenía suficientes cubiertos, así que a veces ponía ramas de distintos tamaños en la mesa.

—Muy bien, Vivi. Comencemos.

Violette suspiró profundamente. La Abuelita era una mujer quisquillosa con respecto a muchísimas cosas, pero que no respetara los modales en la mesa era algo que definitivamente la exasperaba. Estiró la mano para correr la silla pero se detuvo cuando notó el ceño fruncido de la anciana.

—¿Qué hice mal?

—Debes esperar siempre a que algún caballero corra la silla por ti.

—¿Y qué pasa si no hay ningún hombre presente? —preguntó Violette, mirando alrededor de la cabaña donde solamente estaban ellas dos—. ¿O si resulta que no son caballeros?

La Abuelita no pareció encontrar esas consideraciones graciosas.

—Bien, fingiremos entonces que yo soy el caballero —dijo. Dio un paso adelante y corrió la silla—. Adelante, Lady Violette.

—No soy una "lady" —dijo Violette, sentándose—. Y no lo seré nunca. Ningún noble se casaría conmigo.

Era la verdad. Era hija de un cazador que solamente le habían enseñado a sobrevivir en el bosque. Tenía solamente doce años, pero ya sabía exactamente lo que le esperaba en el futuro. Nunca tomaría el té o cenaría con la clase de personas que se fijarían en la manera en que se sentaba o en cómo sostenía la taza. No sabía por qué la Abuelita se empeñaba en que aprendiera esas cosas.

—Ser una dama se trata de algo más que de si una es noble o no —replicó la Abuelita. Corrió la silla para sí misma (Violette no sabía si era porque los caballeros tenían permitido hacer eso para sí mismos o porque se había cansado de fingir) y se sentó delante de ella—. Ser una dama es acerca de ser una bella persona. No solamente belleza física, sino también ser una persona delicada, apasionada, inteligente e interesante. Alguien capaz de ser amable, honesta y educada.

Violette ladeó la cabeza. Esas eran muchas palabras demasiado largas para que pudiera entenderlas todas. La Abuelita suspiró.

—Iremos de a poco. ¿Te gustaría un poco de estofado?

—¡Sí! —exclamó Violette. Luego se dio cuenta: se sentó con la espalda recta y se corrigió—: Quiero decir, sí, por favor.

—Muy bien —aprobó la Abuelita. Sirvió el estofado con el cucharón y delicadamente dejó el plato frente a ella—. ¿Recuerdas cuál es la cuchara para las sopas?

Violette miró los cubiertos y las ramitas alineadas a los lados de sus platos. Contó mentalmente y levantó una de las ramitas del medio.

—¡Perfecto! —aprobó la Abuelita—. Ahora... ¿qué estás haciendo?

Violette pasó la ramita por encima del plato humeante y fingió que se la llevaba a la boca.

—Si tú puedes fingir que eres un caballero, yo puedo fingir que esto es una cuchara.

La Abuelita era una mujer muy severa y quisquillosa. Pero de vez en cuando, Violette se las arreglaba para hacerla reír, con una mano casi tapándole la boca y los ojos brillantes. Así debían de reírse las damas de verdad.

 Así debían de reírse las damas de verdad

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Relatos detrás del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora