Día 17: Una historia sobre una conversación con la muerte

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Lis se despertó con el ulular de un búho

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Lis se despertó con el ulular de un búho. Le dolía la cabeza. Se palpó la venda que llevaba atada alrededor de la frente y poco a poco, los recuerdos empezaron a volver a su mente.

El brusco vuelco del carruaje. Un hombre atacando a sus guardias y pajes. Ella había desenganchado el caballo y se había subido a su lomo y luego...

Debió de golpearse la cabeza contra una rama baja, porque no recordaba más. Alzó la vista para tratar de orientarse: estaba recostada sobre una cama simple, en una habitación con las paredes de madera. Estiró el cuello para asomarse a la ventana y no vio nada más que pinos extendiéndose hacia una noche estrellada.

Seguía en Von Wolfhausen.

Le costó incorporarse con el vestido de gala todavía puesto (su captor al menos había respetado su pudor, lo que la sorprendió). Miró por todos lados, pero no encontró sus zapatos. Sin ellos, se sentía excesivamente baja, pero de todas maneras enderezó los hombros y levantó la cabeza antes de probar el picaporte de la puerta.

Una parte de ella se había imaginado que estaría cerrada y tendría que gritar para hacerse oír. Pero increíblemente, la encontró abierta. La sala a la que entró no era más espaciosa que la habitación, pero las paredes estaban igualmente hechas de madera. Había una chimenea a su derecha donde se asaba lentamente un trozo de carne, y delante de ella, una mesa.

Había un hombre corpulento sentado en ella, que se paralizó con el tenedor a medio camino de su boca cuando la vio salir. Parpadeó sorprendido y se puso de pie. Su presencia pareció llenar la cabaña completa.

—Estás despierta —comentó.

Las palabras la pillaron desprevenida. No solamente porque el hombre acababa de tratarla de manera tan informal, sino por lo extrañas que eran. Se dio cuenta un momento más tarde que era porque a su mente, todavía aletargada, le costaba recordar el idioma de aquel reino.

—¿No debería estarlo?

—La Anciana dijo que tenías una contusión. Que dormirías por un par de días.

Nada de eso tenía sentido para Lis, pero no importaba. Tenía otras cosas de las que preocuparse.

—Dime tu nombre, hombre de los bosques —exigió—. Y luego me liberarás y me llevarás ante tu König. Si lo haces, puede que le pida clemencia por lo que has hecho.

El hombretón la miró un momento, y luego se echó a reír como si ella acabara de contarle una broma. Lis se ruborizó, pero no podía permitir que ese hombre tosco se burlara de ella. Se acercó en dos zancadas a él y le clavó un dedo en el pecho.

—¡Harás lo que te digo! —le ordenó.

—No.

La rabia se apoderó de ella. Levantó la mano abierta, pero el hombre fue más rápido. Sus dedos enormes se cerraron sobre la delicada muñeca de ella y Lis soltó un gemido. No la estaba apretando con fuerza, pero ella estaba desacostumbrada a que se atrevieran a tocarla.

Relatos detrás del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora