Día 4: Una historia sobre un sueño

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Se había quedado ciega

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Se había quedado ciega.

O la oscuridad era tan absoluta que parecía sólida como una pared, como un vacío que la oprimía, que la encogía.

Angharad quería gritar, pero tenía miedo que las sombras se tragaran su voz si lo intentaba. Temerosa, dio un paso adelante...

No vio de donde vino, pero no fue ni de antorchas ni de velas. Era plateada como la luz de la luna llena, pero no había ventanas por donde pudiera entrar. No había nada en el pasillo delante de ella, nada más que espejos, cuadrados, tan altos que no podía ver dónde terminaban. Parados en filas como soldados, no hacían más que multiplicarse a sí mismos infinitamente.

Angharad tuvo miedo de dar vuelta la cabeza y mirarse en ellos. Temió lo que esos espejos de plata revelarían sobre ella, y temió aún más no encontrar su reflejo en ellos.

Pero con la inexorabilidad de las pesadillas, lentamente, sin proponérselo, sus ojos se movieron primero, seguidos por su cuello traidor.

Efectivamente, ella no estaba en el espejo. La mujer que tenía frente a sí tenía el cabello negro, no rojo como el de Angharad, coronado de rosas, y la piel blanca inmaculada, sin una sola peca. Sus labios, igual de rojos que los pétalos de las flores se curvaron en una sonrisa. Levantó un solo dedo fino y lo movió de lado a lado, desaprobadora.

—Qué niña tan entrometida —acusó a Angharad con voz sedosa—. Cuida tus ojitos curiosos. Puede que un día vean algo que no era para ellos.

El suelo se abrió bajo sus pies y la oscuridad se la tragó de un bocado.

Angharad se despertó gritando, el estómago todavía encogido por la sensación de caer. Su jergón estaba húmedo de sudor y la piel le ardía.

Ranghailt le puso una mano en el hombro y delicadamente la obligó a acostarse.

—Todo está bien, hermanita —susurró. Le puso un paño frío sobre la frente, y esbozó una sonrisa temblorosa, cargada de preocupación—. Fue una pesadilla. Nada más.

Angharad cerró los ojos. La mordida del Gusano todavía le picaba en el cuello, pero para cuando se despertara otra vez, ya se habría olvidado de él y de la intrusa en los espejos.

 La mordida del Gusano todavía le picaba en el cuello, pero para cuando se despertara otra vez, ya se habría olvidado de él y de la intrusa en los espejos

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Relatos detrás del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora