Día 28: Una historia en el estilo de tu escritor favorito

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Cada mañana, los sirvientes instalaban el tablero debajo de su ventana favorita

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Cada mañana, los sirvientes instalaban el tablero debajo de su ventana favorita. Para cuando el alba inundaba el pasillo con luz fría, la silla ya debía estar en su lugar con los almohadones mullidos y la cajita de madera esperando sobre la mesa. Cumplido el trabajo, se retiraban en el mismo silencio con el que habían entrado, no fuera a ser que el ruido de sus pasos perturbara deshonrosamente los oídos de su ama.

Una vez sabiéndose sola, ella se dignaba a salir de su recámara, envuelta en sedas que apenas servían para conservar el suave calor de las sábanas sobre su piel. Ubicada frente al tablero, dejaba que sus dedos se deslizaran por los grabados familiares de la caja, deleitándose en el arte de las letras cuyo significado nunca había acabado de descifrar. Se regocijaba en los recuerdos de cómo había acabado la caja en su posesión y por fin, se animaba a levantar la tapa.

Las piezas estaban talladas en marfil y ébano, cada una de ellas una pequeña obra maestra. Ella las levantaba una a una ante su rostro y tocaba sus ropas, que seguían tan rígidas como el día anterior aunque estuvieran hechas para imitar la textura de las telas. A veces, la sutil belleza de aquellos soldados, reyes y caballeros la desbordaba, una cascada de emociones de la que solamente tomaba consciencia cuando sus labios ya los habían rozado, cuando sus manos temblorosas apenas se veían capaz de sostenerlas. Los colocaba uno a uno en su lugar; un proceso lento, deliberado. No era aceptable que ninguna de ellas fuera tratada con nada menos que una delicadeza reverente.

Y por fin, cuando todas las piezas estaban en su lugar, cuando sus dos ejércitos estaban listos para abalanzarse uno contra el otro, Alicia se permitía una sonrisa. Nada en el mundo le provocaba tanto placer como empezar otra partida, aunque no hubiera ningún contrincante a su altura, ni ninguna pieza, por bella que fuera, que no estuviera lista para el sacrificio.

 Nada en el mundo le provocaba tanto placer como empezar otra partida, aunque no hubiera ningún contrincante a su altura, ni ninguna pieza, por bella que fuera, que no estuviera lista para el sacrificio

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Relatos detrás del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora