Día 24: Una historia sobre un tabú

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Caoilfhionn nunca había sido buena siguiendo órdenes

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Caoilfhionn nunca había sido buena siguiendo órdenes.

—Más vale que empieces a mostrar un poco de respeto, niña —le dijo su padre una noche, después de darle una cachetada por preguntar qué había hecho con el dinero que ellas ganaron trabajando en los castillos—. O nadie va a quererte como esposa.

Caoilfhionn no le dijo que sería difícil encontrar un esposo de todos modos. No después de que le sonriera al chico de los establos en el castillo anterior.

—¿Te forzó? —preguntó Ranghailt, quitándole las ramitas de paja del cabello—. Si te obligó a hacerlo, podemos pedirle al Duque...

—Nadie me obligó a hacer nada, Ran —replicó Caoilfhionn, enfadada—. Lo hice porque quería.

Eso enfureció a su hermana mayor.

—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Tienes que tener más juicio...!

—¿Por qué? —preguntó Caoilfhionn, levantando el mentón, desafiante—. ¿Por qué lo dice el Libro, que nunca seré nada más que un ama de casa agobiada como lo fue mamá?

Ranghailt la tomó por los hombros y la obligó a mirarla.

—Porque si quedas embarazada, padre puede desconocerte —le dijo.

A Caoilfhionn la traía sin cuidado la opinión de su padre, pero Ranghailt tenía razón en algo: un niño no sería más que una carga para ella y un problema para su familia. A partir de ese día, se cuidó siempre de que no le faltaran las hojas de persicaria. Ranghailt sin duda sabía lo que eran, pero su padre y Angharad debieron de pensar que se trataba solamente de una rareza suya.

Y no importaba cuántas veces su hermana la mirara de reojo. A Caoilfhionn le gustaban los hombres guapos, le gustaban sus mandíbulas marcadas y sus manos fuertes. Le gustaba cuando sonreían con arrogancia y cuando miraban a la lejanía, perdidos en sus pensamientos...

—Caoil, ni siquiera lo pienses.

Acababan de salir de la habitación del Kronprinz, cargadas de sábanas y ropa para lavar. Caoilfhionn pensó que había sido discreta, pero las palabras de su hermana la hicieron ruborizarse.

—No sé de qué hablas.

—No hay problema si te metes con otro chico de los establos o un pinche de cocina —dijo Ranghailt, ignorando su negativa—. Pero puede ser peligroso si apuntas más alto. Sabes que él nunca te amaría ni se casaría contigo...

—¿Y eso qué? —contestó Caoilfhionn con altivez—. No es diferente de ningún otro hombre, entonces.

Ranghailt suspiró profundamente, como si estuviera muy cansada de tener esta pelea.

—Por favor, ten cuidado, Caoilfhionn. No es solamente tu cuerpo lo que arriesgas.

Caoilfhionn no hizo caso de sus consejos. Ranghailt nunca había querido a nadie de esa manera, y no podía comprender lo que era placer, lo que era que un hombre la deseara, la tomara por la cintura y la besara con vigor...

Tuvo que esperar casi un año. En ese tiempo, el König murió. Hubo una conmoción tras otra en la corte. Caoilfhionn siguió haciendo su trabajo, diligente, en silencio, siguiendo los pasos del ahora nuevo König.

Se veía siempre agotado ahora. Quizá fue por eso que un día se fijó en ella.

—Buenas noches, su Gracias. Os traigo la cena.

El König estaba sentado en su silla y apenas levantó la cabeza cuando la vio entrar. Caoilfhionn dejó la bandeja delante de él.

—Mi señor, está muy oscuro aquí. Permitidme que encienda las luces.

Se afanó por avivar la llama del candil hasta que una suave luz dorada iluminó la recámara. Cuando se dio vuelta, los ojos de él eran oscuros y estaban posados en ella con tanta intensidad que se estremeció.

—¿Necesitáis algo más, mi König?

El König se levantó de su asiento y, lentamente, dio unos pasos hacia ella. Caoilfhionn pensó en los lobos que habían escapado, en como rodeaban a sus pequeñas presas en el jardín del palacio de la misma forma.

—Sí —dijo él al fin, ladeando la cabeza—. Necesito tu compañía.

Caoilfhionn regresó a la habitación que compartía con sus hermanas antes de la primera luz. Angharad seguía dormida, pero Ranghailt ya estaba de pie, vistiéndose. Le echó una mirada triste, como si la hubiera decepcionado. Caoilfhionn alzó la cabeza, lista para pelear otra vez.

—Voy al mercado —le dijo Ranghailt en un susurro para no despertar a Angharad—. ¿Tienes suficiente persicaria?

 ¿Tienes suficiente persicaria?

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